Antes de escribir lo que sigue quiero dejar algo claro, no escribo para cambiar nada, no escribo porque crea que mis palabras servirán para evitar nada, escribo como testigo de la historia y porque ha querido Dios que hoy día las palabras de una ciudadana común lleguen a muchas más personas de lo que pudo ser hace 50 o incluso, 20 años.
Venezuela se encuentra sentada sobre un polvorín, y sobre ese polvorín unos irresponsables han armado una fiesta, toman, ríen, beben y hasta prenden sus cigarros junto a los barriles de pólvora, creen que la fiesta será eterna y que la resaca no llegará nunca.
No es la primera vez que esto ocurre en la historia, pero que quede constancia que no ha sido por falta de advertencia.
El sábado pasado una cantidad de gente se hizo unas expectativas con respecto a algo denominado “La Salida”. Quiero creer que esa “salida” no será lo mismo de siempre, un mambo jambo electoral, con el ánimo de quedar bonito en el cartel y seguir corriendo una arruga que día a día se hace más gruesa.
Si esta “salida”, como me estoy sospechando, termina en una elección, bien sea para un revocatorio, una constituyente, un revocatorio o algo similar, con este mismo CNE y bajo las mismas condiciones que se han dado en el pasado, la gente les va a mandar muy a lavar su culo y advierto que yo de primera.
El problema es que los venezolanos de bien estamos muy quemados, aburridos, hastiados, cansados. Cansados de un peregrinar por supermercados y bodegas para conseguir los alimentos más elementales como leche, azúcar o aceite. Hastiados de oír promesas de “falta poco”, “ahora sí” o “ya no más” para luego de un breve receso de esperanza volver a la misma odiosa rutina de violencia, escasez y humillación perpetua. Aburridos de una crisis que ya no despierta ni adrenalina, porque es como una película de acción vista por cienputésima vez.
Allá arriba, en el liderazgo, están convencidos de que esta situación se puede mantener eternamente y nunca va a pasar nada, tan convencidos están que se dan hasta el lujo de hacer jugadas destinadas no a ganar y terminar el juego de una puta vez, sino solo para “mantener la emoción”, como si fuera una novela que ha dado dividendos en razón de su rating y la alargan y la alargan con capítulos absurdos.
También vi, muy al margen de “la salida” o al menos aparentemente al margen, que una protesta universitaria se convirtió en una batalla campal, conllevando incluso el allanamiento ilegal y por descontado ilegítimo de la Universidad de Los Andes en Táchira.
Decían los viejos, entre ellos mi abuela, que “tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe”.
Tristemente hemos llegado al punto en que el aburrimiento ciudadano nos lleva a desear que se rompa de una puñetera vez y que sea lo que sea, podamos volver a una normalidad aceptable, incluso renunciando a ciertas libertades, pero que se pueda vivir, que se pueda trabajar, producir, hacer un mercado, como se ha hecho siempre, aunque sea con estrecheces, pero tener un mínimo de seguridad de que el mañana es más o menos predecible.
La gente anhela saber que si tiene en la noche 120 bolívares en el bolsillo, al día siguiente podrá ir a una carnicería y comprar un kilo de carne, y si tiene solo 30, podrá comprar solo un cuarto de kilo, pero que no tiene que ponerle una media docena de condicionales a ese simple proyecto, que no tendrá que pensar “si es que no me atracan”, “si es que no me matan”, “si es que un motorizado no me atropella al cruzar la calle”, “si es que no hay manifestación y trancan la calle”, “si no es que la carnicería la cerró el gobierno” o simplemente “si no es que no hay carne”.
El gobierno mantiene una actitud bipolar, por un lado insulta, agrede y acorrala al tiempo que ofrece paz, mientras que el liderazgo opositor se sienta a “dialogar” como si tal cosa, porque “no pueden negarse al diálogo por la paz, que es bueno para todos” y en la población común crece la sensación de que la única paz que nos están ofreciendo, es la paz del sepulcro.
Todo esto, para decirlo en corto, nos lleva a una realidad aterradora: El venezolano de hoy, suspira por una dictadura de derechas al más puro estilo Pinochet, con Operación Cóndor incluida.
Se corre el riesgo, pero mucho, de que en uno de estos calentamientos para mantener la emoción de la novela, las cosas se salgan de control. Y “allá arriba” no parecen conscientes de ese riesgo.
Decía que no es la primera vez que ocurre en la historia, y sí, ya sé que soy necia con el tema de la Guerra Civil Española, pero ¿que quieren? Es que yo veo muchas similitudes.
El 18 de Julio de 1936 España amaneció revuelta, unos militares se alzaron para dar un golpe de estado y ese golpe fue inmediatamente secundado por muchos movimientos ciudadanos. El gobierno había acorralado sistemáticamente a la población, armaron “al pueblo” que era la forma en que ellos llamaban a una caterva de malvivientes que los apoyaban.
Armados los unos y los otros en la calle, el enfrentamiento estaba de cajón, aquello iba a terminar muy mal, no midió el gobierno que en algún momento la gente iba a responder ante el acoso, no supieron calibrar que se daría el momento en que la violencia sería respondida, pensaron que la mansedumbre sería eterna.
La oposición “oficial”, concentrada en la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) no acaba de darle respuestas a la gente, no terminaba de enfrentar con contundencia al gobierno, sino que se iba en largas, discursos y negociaciones. Encima, para terminar de completar el cuadro, había perdido, hacía poco, unas elecciones de las que se cansaron de decir que eran fraudulentas, pero que nada hicieron por enmendar el fraude más que pedirle a la gente paciencia hasta la próxima oportunidad.
En ese cuadro, decía, se alzaron unos militares, no era todo el ejército, ni siquiera la mayoría del ejército, pero la respuesta de la gente fue inmediata.
El gobierno se vio en riesgo, la temperatura que ellos mismo había subido poco a poco, se había salido de control, la respuesta “del otro lado” no fue prevista, así que quisieron retroceder un poco, “enfríar” un poco las cosas.
Era necesario un pacto, y era necesario que este tuviera un poco más de credibilidad, así que deciden ofrecer a la oposición pasar a ser parte del gobierno, pero ese gobierno era ya un poder claudicante, se veía mal y las ratas nunca corren hacia el barco que se hunde. Encargan entonces a Martinez Barrios, presidente del Congreso, para pactar con los alzados, empieza por llamar al General Mola, al frente del alzamiento de Pamplona.
Y esta fue la última conversación sobre una paz que no fue posible:
– Pasadas que sean las horas de fiebre, el país agradecerá a sus hombres representativos que le hayan evitado un largo periodo de horror.
– No lo dudo. Pero yo veo el porvenir de distinta manera. Con el Frente Popular vigente, con los partidos activos, con las Cortes abiertas, no hay, no puede haber, no habrá gobierno alguno capaz de restablecer la paz social, de garantizar el orden público, de reintegrar a España a su tranquilidad.
– Con las Cortes abiertas y el funcionamiento normal de todas las instituciones de la República estoy yo dispuesto a conseguir lo que cree usted imposible. Pero el intento necesita de la obediencia de los cuerpos armados. Esa es la que pido, antes de ser poder, y la que impondré e intentaré imponer cuando lo sea. Espero que en este camino no me falte su concurso.
– Lo que usted me propone es ya imposible. Las calles de Pamplona están llenas de requetés*. Desde mi balcón no veo más que boinas rojas. Todo el mundo está preparado para la lucha. Si yo digo ahora a estos hombres que he llegado a un acuerdo con usted, la primera cabeza que rueda es la mía. Y lo mismo le ocurrirá a usted en Madrid. Ninguno de los dos podemos dominar a nuestras masas. Es tarde, muy tarde.
El gobierno había perdido el control de sus violentos y la oposición había perdido influencia sobre sus pacíficos.
Es historia.
*Requeté: Movimiento político paramilitar de corte pro-monárquico. Usaban boinas rojas.