Acabo de leer un comentario en Twitter: “La tragedia venezolana está expresada en una foto de 1997 cuando Venezuela escogía entre una Miss Universo y un golpista” (sic). No me quedó claro si el comentario es de César Miguel Rondón o de Tulio Hernández, en todo caso, la autoría es secundaria.
La tragedia venezolana es una memoria individual y colectiva de tucusito con Alzheimer y la capacidad de análisis de una hormiga con edema cerebral, esa es la tragedia venezolana, y estos dos males solo sirven para excusar el gran espíritu destructivo que tenemos los venezolanos.
Que Hugo fue un golpista, eso no puede negarlo nadie, pero que Irene Sáez fuera solo una Miss Universo, eso sí que es discutible y mucho.
En 1989 Caracas había crecido, pero aún se dividía en dos partes: Caracas y Petare, eso a nivel popular, a nivel administrativo eran Distrito Sucre y Distrito Libertador, el distrito Sucre pasa a ser municipio, y en 1992 se divide en cuatro municipios, Sucre, El Hatillo, Baruta y Chacao.
Ese mismo año se realizan las primeras elecciones para el municipio, saliendo elegida la señora, en ese entonces señorita, Irene Sáez, que toma posesión del cargo en enero de 1993.
Y comenzó la transformación del municipio Chacao, a pesar de las burlas de la casi totalidad del pueblo venezolano, especialmente el caraqueño.
Nacieron entonces los “honguitos”, aquellos policías con un casco blanco, símil al que usar los cazadores para ir de safari, policías ciclistas, con pantalones cortos, otros dirigiendo en tráfico con guantes blancos… ¡jajaja! ¡Esa mujer está loca! Esa como que cree que aquí somos suizos.
Nadie apostaba por aquella autoridad, bien vestida y mejor preparada, aquellos policías que se dirigían al ciudadano con educación, con tratamientos como “señor”, “señora”, “señorita” o “joven” ¡vaya por Dios! Nada de “vale”, “caballo”, “mija” ni “chamo”.
Si usted se paraba sobre el paso peatonal, recibía un llamado de atención, y si más, una multa, pero ni insultos ni “como arreglamos esto”.
Las plazas pasaron a ser espacios de esparcimiento ciudadano, espacios bonitos, gratos, bien cuidados, con flores y adornos.
Y a pesar de que los semáforos jamás se llegaron a pintar de rosado, como era el vaticinio popular, lo cierto es que Chacao pasó a ser un municipio de referencia en Venezuela, un lugar donde los habitantes de otros municipios iban de paseo, e incluso, el solo hecho de transitar por él, significaba un cambio de conducta.
Con el tiempo las burlas quedaron atrás, los chistes sobre los semáforos rosados dieron paso a otros comentarios, como cuando se veía un abuso de tránsito, pasaban a decir: “Pero cuando van a Chacao no hacen esas cosas ¡claro! porque saben que allá sí los joden” y el “sí los joden” era que le montaban una multa, o una sanción cualquiera, eso sí, sin insultos ni sobornos.
Hoy en día Chacao no significa nada, es un municipio que funciona, aunque tengo entendido que no ya como en tiempos de Irene Sáez, pero sigue siendo sin duda un municipio que ofrece a sus habitantes una calidad de vida muy superior al resto de los municipios caraqueños.
Los demás municipio que han mejorado, sin duda, lo han hecho tomando como referencia las exitosas experiencias de Chacao.
Irene Sáez le demostró al país que no es que vivimos así porque “somos así”, demostró con éxito que podemos ser distintos, y que en consecuencia podemos vivir distinto, que después de todo si podemos ser como los suizos, vivir bonito, tener espacios públicos bonitos, tener una autoridad que sin dejar de imponer la ley sea respetuosa y hasta amable con los ciudadanos.
Esa mujer dejó en evidencia que un policía, aún pareciendo un honguito, educado y amable, es capaz de imponer el orden con mucha más eficiencia que un funcionario con el uniforme manchado de grasa y preguntando al ciudadano: “¿Entonces chamo? ¿como arreglamos?”.
Pero al final priva esta mala memoria, esta ingratitud, este espíritu autodestructivo que nos domina, que nos hace botar basura en la calle y luego preguntar por qué está todo tan sucio.
Ahí se nos presentó un hombre que atentó contra una democracia, que podía tener muchísimos defectos, que distaba de ser perfecta, y que sin duda, tenía la enorme virtud de ser perfectible.
Más allá de que fuera un golpista, no podía exhibir nada más que una carrera militar mediocre y al final, fracasada, no podía mostrar como referencia ningún éxito, ni como político, ni como nada. No podía decir ni “yo agarré un bodega que estaba arruinada y la convertí en un supermercado exitoso” ¡nada! ¡nada de nada! Lo único que podía decir era: “Yo intenté dar un golpe de estado, pero fracasé”.
Le dimos la espalda a una gestión comprobadamente exitosa, una gestión que demostró que sí se puede, para elegir… lo que elegimos, que quizá podíamos no saber que elegíamos, pero sin duda sabíamos que NO estábamos eligiendo.
Pero en fin, eso es agua pasada, no soy partidaria de los “pudo ser”, eso es tonto, después de todo, si mi abuela tuviera ruedas, yo sería bicicleta.
No podemos lamentarnos de lo que pudo ser, ni del o que fuimos, porque eso no se puede cambiar. Pero sí se puede cambiar lo que somos, que es la base de lo que seremos.
Y lo que somos es un pueblo que hoy recuerda a Irene Sáez, a la transformadora de un municipio, a la mujer que demostró que si podemos ser distintos y vivir distinto, como… “la Miss”.
“La tragedia vzolana está expresada en una foto de 1997 cuando Venezuela escogía entre una Miss Universo y un golpista” (sic)
La tragedia venezolana está expresada y resumida en ese tuit, en ese comentario, que clama nuestra mala memoria, y peor aún, la total incapacidad para analizar que es lo que elegimos, aún con la ayuda del prima del tiempo.
No sé si las cosas hubieran sido mejores de haber elegido a Irene Sáez, no sé si a pesar de haber sido una alcaldesa muy competente hubiera sido una presidente atroz, pero sin duda sé que es terrible que hoy, incluso hoy, con todo lo que ha pasado, con la cabeza ya fresca y distante de aquella pasión electoral, recordemos a Irene solo como una “miss”.
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Ante la carencia de una memoria histórica, aplicamos la memoria histérica y así nos va.