Muchas personas se quejan de algunos “conocimientos inútiles” que nos enseñan (¿enseñaban?) en el colegio. No sé, pero en mis tiempos eso se conocía como “cultura general”. Creo yo que el conocimiento no estorba y además, aunque al principio no parezca, puede que ese conocimiento algún día sea útil.
Por ejemplo, recuerdo cuando me enseñaron que existía algo que se llamaba “teatro del absurdo”, un género literario utilizado principalmente por autores estadounidenses y europeos entre las décadas 40 y 60.
Las tramas suelen ser aparentemente carentes de sentido, con diálogos repetitivos y absurdos, dando como resultado una obra incoherente, disparatada e ilógica.
En el colegio, estudiando este tema, nos mandaron a leer “Esperando a Godot”, que recuerdo que entre lo absurdo del argumento, los diálogos ilógicos y mi dislexia, me costó un mundo leer.
En la obra, dos hombres harapientos se reúnen bajo un árbol para esperar al señor Godot, que de paso, entre los absurdos, el libro empieza, termina y uno nunca se entera de quien carajos es Godot, y mucho menos porqué es tan importante para estos dos hombres.
A uno de ellos los zapatos le hacen daño y se queja de ello, a lo que el otro le responde que es absurdo quejarse del zapato cuando la culpa es, evidentemente y según el personaje, culpa del pie, no del zapato. Tampoco explican si la culpa es del pie por negarse testarudamente a empequeñecer para adaptarse al zapato.
Un niño aparece y le dice a los hombres que el señor Godot no asistirá a la cita, pero que con toda seguridad asistirá al día siguiente, sin embargo al día siguiente aparece el mismo niño con el mismo mensaje. Los hombres le preguntan a la criatura si no era él mismo quien había asistido el día anterior con el mismo mensaje, el niño contesta que no y los dos hombres quedan satisfechos con la negación, a pesar de ser obvio que sí era el mismo niño.
En varios puntos los personajes sueltan frases como “¡Bien! ¡me voy!” pero no se mueven del sitio, y siguen interactuando como si no se hubiesen ya despedido.
Se intuye en la obra que día tras día se repite la misma situación, si no igual, bastante parecida, y aunque los personajes parecieran querer poner fin a ella suicidándose, no lo hacen, con lo que se crea una especie de ciclo infinito, un “día de la marmota” en el que sus participantes son vagamente conscientes de lo repetitivo del asunto.
Y heme yo aquí, después de casi treinta años de leer “Esperando a Godot”, siendo público y a veces parte de la obra, pero en la vida real, porque resulta que hoy Venezuela espera a Godot… o al presidente, que para el caso da lo mismo.
El presidente… ¡bueno! este es el primer absurdo porque ¿quién carajos es el presidente? ¿Hugo? ¿Maduro? ¿Diosdado? ¿Castro?
Hugo no es, porque al ciudadano Hugo Chávez, electo en el 2006, se le venció el mandato constitucional el 10 de Enero de 2013 y no tuvo ni la decencia de venir a entregar el coroto. Junto con ese vencimiento, se venció el poder a sus ministros, es decir, que Maduro tampoco es el presidente. Diosdado tampoco es, porque no ha querido agarrar el coroto, y Castro, pues… espero no tener que explicarlo. En cuanto al ciudadano Hugo Chávez, electo en octubre de 2012, ese tenía que tomar posesión el mismo 10 de Enero de 2013, pero tampoco tuvo la decencia de venir.
Y esto es el segundo absurdo, veo que todo el mundo se pregunta donde está el presidente, cuando lo cierto es que antes de preguntar eso, deberíamos preguntar quien es el presidente.
Ayer pensaba yo escribir sobre esto, pero hoy al levantarme me encuentro con unas declaraciones del ministro Villegas: “No nos atreveríamos a mentir sobre la salud de Chávez”. Villegas, Villeguitas, que no sé por qué razón siempre me ha recordado al Mujiquita de Rómulo Gallegos, me hizo reflexionar… ¡coño! ¡Villegas no solo es Mujiquita! Es el carajito muelero y descarado de Esperando a Godot. Vamos, que es un actor polifacético.
Todo este cuento empezó (a lo mejor ustedes ya no se acuerdan) con una rodilla. El presidente estaba jugando, porque en eso se lo pasa, cuando una vieja lesión de juventud le pasó factura, lo drenaron, lo iban a operar, no lo iban a operar, que sí, que no, que no podía viajar porque estaba cojito, que se curó, que viajó, en el viaje, superado ya lo de la rodilla, aunque andaba con bastón, bastón que sea dicho de paso usaba indistintamente a la derecha o la izquierda, según le diera la luna. Pero en el viaje se volvió a enfermar, sufrió un “absceso pélvico”, como quien dice una apendicitis pues.
Como los venezolanos somos tan inventores y tan dados al drama, una evidente herencia hispánica, nos pusimos a inventar que si era un cáncer, ante lo cual salió el gobierno nacional a rasgarse las vestiduras, que eso no era cáncer, juraíto, juraíto que no era cáncer, porque si fuera cáncer, ellos serían los primeros en comunicarlo al pueblo venezolano.
Salió el señor Maduro a decirnos que el presidente había sido operado del absceso, y que estaba fino filipino, muy bien, como una pepa.
A los días aparece el mismo Hugo, vivito pero no precisamente coleando, a hacerlos quedar como el rabo, porque sí, efectivamente, tenía cáncer.
Pero bueeeeeno, también nos dijo luego que “¿que es un cáncer pa’ mí?”, y ahí se hizo un tratamiento, en Cuba claro, donde lo dejaron como una pepa, que le revisaron una a una las células del cuerpo (es que los cubanos son cojonudos) y no había una sola célula de maligna.
Luego, nos dijo que sí, que tenía otra vez cáncer, se entiende que en la revisión celular alguna celulita se fue a tomar café, y claro, no la pudieron contar cuando pasaron lista, pero no pasa nada, se volvió a curar. Aquí el hecho es confuso, no se sabe si fue por obra de José Gregorio Hernández o del Santo Cristo de Grita, hay dudas de la autoría ahí.
Claro, como en todo tratamiento médico, hay efectos secundarios, se curó del cáncer, pero le dio Alzheimer, porque luego una periodista le preguntó y él dijo que ni se acordaba de que hubiera tenido cáncer.
Así, sanito, sanito, sanito (aunque con Alzheimer), se fue a Cuba de nuevo, a darse oxígeno, pero se ve que se les pasó la mano, como cuando uno mete los trapos en Vanish y se le olvida, que los trapos de tanto oxígeno se termina pudriendo. Ahí volvió con el cáncer… bueno, aquí también es confuso el asunto, no sabemos si fue que le volvió el cáncer o le volvió la memoria y se acordó del cáncer que jamás se había ido.
Regresa, a decirnos que está malito, que tiene que operarse, y que no se nos olvide que si no volvía, siguiéramos con la Constitución y llamáramos a elecciones, elecciones donde nos pedía encarecidamente que votáramos por Maduro.
El líder, el ídolo, el padre de la revolución, dejó sus órdenes, y más tardó él en montarse en el avión que los entenados en pasarse por fino forro del rabo los deseos del líder, pero ojo, que lo hicieron en nombre del líder… dicen ellos.
Y esta es la hora, ni viene Hugo, ni sabemos quien es el presidente, ni hay gobierno, ni hay oposición que lo denuncie, aunque no es cosa de negar que todo combina, porque tampoco hay leche, ni café, ni aceite, ni harina de trigo, ni harina de maíz, ni azúcar, ni medicamentos, ni electricidad, ni un carajo.
El tren ministerial, cuya cabeza es Maduro (me ahorro el decir cabeza de qué), dice que se reunió con Hugo por horas, y que les dijo esto y lo otro. Claro, que después nos dicen que no dijo, porque hablar, lo que se dice hablar, pues tampoco, porque es que no habla, está mudo (luego dicen que la justicia poética es cuento), que habla con “métodos creativos”, que no sabemos cuales son, pero habla, sin hablar, claro.
Y yo sé que vivo dentro de una obra de teatro del absurdo gracias a esos conocimientos “inútiles” que nos daban en el colegio.
Pero no desespere usted, amigo lector, que ya dijo Villegas que mandó a decir Maduro que mandó a decir Hugo, que el señor Godot no viene hoy, pero mañana sí viene, con toda seguridad.