Opinión

Bolívar y Tío Conejo como valores patrios

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Nos han presentado el rostro de Bolívar, nada nuevo, la verdad, es más o menos lo que ya nos habían mostrado en algunos retratos de la época.  Quizá la única diferencia es que este retrato “realista” nos presenta a un Bolívar fisonómicamente más parecido al hombre de Atapuerca que al chico guapo que nos habíamos querido imaginar.

En fin, que nada, que Hugo es especialista destruyendo mitos, cosa de agradecer por cierto, al menos ya sabemos, gracias a él, que el Padre de la Patria era más feo que pegarle a una monja, y que no murió tosiendo como la Dama de la Camelias, sino de una cagantina producto de los tratamientos médicos de la época.

Ahora resulta que algunos venezolanos se sienten ofendidos por esta representación de un Simón-simio, otros se sienten ofendidos porque se le ha dado al tema un uso proselitista.  Y esto último tiene tela, porque la ofensa les llega ahora, que Hugo usa el retrato con fines electorales, pero no les ha ofendido que lo mismo haga el candidato Capriles cuando se saca de la manga su linaje bolivariano, y se nos presenta como legítimo heredero genético de El Libertador.

¡Total! Que tanto rollo para endosarse la legitimidad de la herencia de lo que no fue más que un militar mediocre (¿alguien ha escuchado de la “Estrategia Bolívar”?), un traidor y un egocéntrico.

Los venezolanos, siempre tan orgullosos de su patria, tan proclives al amor patrio, elevan a Bolívar a los altares, sin tener la más zorra idea de quien fue.
En este retrato de nuevo cuño, o como leyenda de la genealogía de Capriles, debería colocarse, como nota al margen, aquella notita que en algún lado debe reposar, y que dice: “Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con la entrega de Miranda.”

¡Ah! Dicen algunos, es que Bolívar entregó a Miranda porque este traicionó la causa firmando una capitulación, pero lo cierto es que Miranda nada hizo más que obedecer las órdenes del congreso, como corresponde a cualquier demócrata.  Solo que Bolívar tenía un concepto un poco más… “díscolo” de la democracia del que tenía Miranda.

La historia nos cuenta lo siguiente.  Miranda, que estaba muy tranquilo en Londres sacándose la pelusa del ombligo, metiéndose dentro de cuanta guerra se le presentara, y cuanta mujer se le ofreciera, es buscado por Bolívar, quien lo convence de entrar al trapo en la causa venezolana.

Y allá que se va Miranda, que no aguantaba media pedida, a meter el hocico en los asuntos venezolanos.

Nombrado presidente Francisco de Miranda, entre otras cosas por su gran prestigio internacional, decide darle a Simón Bolívar el rango de Teniente Coronel y al tiempo lo nombra jefe militar de Puerto Cabello, a la sazón el fuerte militar más importante de la neonata república.

Por razones que desconocemos Bolívar deja el fuerte abandonado por un par de días, eso después de desobedecer las órdenes directas de Miranda, consistentes en sacar de allí a todos los prisioneros realistas.

Justo ese momento fue aprovechado por el capitán Domingo Monteverde para atacar el fuerte, tomar las armas, y de ñapa, liberar y alzarse con los prisioneros que allí estaban a causa de la desobediencia de Bolívar.

Hasta aquí a Bolívar se le pueden poner algunas excusas, quizá fue la inexperiencia, quizá la simple soberbia propia de su juventud ¡a saber! Pero lo bueno vino después.

La pérdida del Puerto Cabello causó la pérdida de la República, el congreso, entendiendo esto, le ordena a Miranda que firme la capitulación, exigiendo asuntos varios, entre ellos que se respetara la vida y propiedades de los venezolanos.

Miranda obedece, sabe que la causa está perdida y no ve otra salida para sí mismo que salir del país y esperar tiempos mejores.

Francisco de Miranda se va a La Guaira, con la intención de zarpar esa misma noche en la nave inglesa Sapphire, sin embargo, al llegar a la casa de Manuel María Casas, comandante de la guarnición de La Guaira, se encuentra con un grupo más o menos numeroso, entre los que se encuentran Miguel Peña y Simón Bolívar.  Estos últimos le convencen, al mejor estilo de nuestro también venezolanísimo Tío Conejo, de que se quede a dormir esa noche en la casa de Casas.

A las dos de la madrugada, estando Miranda profundamente dormido, Peña y Bolívar entran sigilosamente en su habitación, junto con cuatro soldados, por precaución se hacen de su pistola y su espada, luego le despiertan y con malos modos le ordenan que se levante y se vista, pues es prisionero y sería entregado a la corona española.

Es allí donde Sebastián Francisco de Miranda lanza una frase que nos retrata como pueblo más que ninguna otra frase dicha en los últimos 200 años: “¡bochinche! ¡bochinche! ¡esta gente solo sabe de bochinche!”, de lo que se puede deducir el ambiente festivo que rodeó el que ha sido uno de los más vergonzantes capítulos de nuestra historia.

Pero la “maniobra Tío Conejo” le valdría a Bolívar un salvoconducto para salvar el pescuezo y no terminar como Miranda, literalmente podrido por la humedad de una cárcel española.

Ese fue Bolívar, ese por el que hoy nos sentimos ofendidos porque nos han presentado su retrato muy parecido a un simio, ese que unos a punta de retrato y otros a punta de genética pretenden endosarse como legítimos herederos. Y lo hacen porque “eso” es la esencia misma de la venezolanidad, la picardía baja, la traición, la viveza criolla, cuyos máximos exponentes son el Teniente Coronel Bolívar y Tío Conejo.

Quizá usted, amigo lector, se sienta sorprendido de lo aquí relatado, porque estos son episodios de nuestra historia que aunque no están ocultos, se evitan, como se evita hablar de los episodios vergonzosos de la familia.  Fíjese si es cierto, que usted, que alguna vez se puso guantes blancos y se pintó bigotes y patillas con corcho quemado para representar la gesta histórica de la firma del Acta del 19 de Abril de 1810, quizá ignore que en ese mismo documento el pueblo venezolano “levantó el grito, aclamando con su acostumbrada fidelidad al señor Don Fernando VII” (sic). Y mire que usted habrá manoseado ese documento en sus años escolares, pero parece ser de esos documentos mil veces visto y nunca leído. Apuesto que usted ha pasado años de su vida jurando que aquel día nos alzamos en contra de la opresiva corona española y mire por donde que no fue así, sino todo lo contrario.
En fin, que yo no quiero, y esto es gusto muy personal, un heredero de Bolívar, ni de Tío Conejo, yo quiero alguien que me diga la verdad, que no se escude en mitos, que no me mienta, que no me haga pasar a un hombre como Bolívar como “el héroe que nos liberó de la tiranía española” cuando la verdad fue totalmente distinta.

Muy a propósito, en aquellos tiempos enrevesados, donde Napoleón por fuerza de cojones impuso a España un rey francés, que como era lógico hablaba español con acento francés, corrió una coplilla de bastante éxito, que decía:

Manolo, escribe ahí abajo
que me cago en esta ley
¡que aquí queremos un rey
que sepa decir carajo!

Pues eso quiero yo, un “rey” que sepa decir carajo sin franchuterías, y que llame a las cosas por su nombre, porque Bolívar con cara de simio o sin ella, no era ni es un ejemplo a seguir para ningún pueblo.