Opinión

Nacionalidad de estafa

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Llegó siendo un niño, hay un foto donde sale con los ojos redondos, asustados, sosteniendo una caja de cartón en las manos como quien tiene un tesoro, no recuerda que llevaba en ella, han pasado demasiados años ¡medio siglo! Un día recibió un maltrato por ser extranjero, y su mente de niño tomó una decisión ¡yo voy a ser más venezolano que los venezolanos!

Otro joven llegó, más o menos por los mismos años, como equipaje traía solo deudas, la deuda que adquirió para comprar el pasaje del barco que lo traería a esta tierra. Cuando desembarcó le preguntaron que sabía hacer, y dijo que mecánica, apenas pisó el país empezó a trabajar. Trabajó mucho, muchísimo, viajó a su tierra natal, se casó con la mujer que siempre había amado y se la trajo, con un bebito en brazos. Hace años enfermó, y fue a hacerse un tratamiento, para su pesar, su gran pesar, no pudo volver a Venezuela, su amada y al mismo tiempo odiada Venezuela.

Dos historias de inmigrantes, pero hay muchas más, muchísimas más. Con frecuencia, cuando tomo un taxi, hago mercado, o lo que sea, me encuentro con un extranjero, los noto por el acento, estando el país como está siempre les pregunto: “¿y que hace aquí? No ha pensado en devolverse?”, la respuesta también es casi siempre la misma “¿A qué?”.

La explicación es uniforme, llegaron un día, por diversas razones, unos buscando un futuro mejor, otros porque los trajeron, otros se enamoraron, no importa la razón, el asunto es que vinieron y se quedaron.

Aquí se hicieron hombres, aquí se casaron, aquí trabajaron, unos levantaron imperios, otros negocios modestos, a algunos más la fortuna no les acompañó, pero lo que sí hicieron todos fue levantar familias, en su mayoría honestas, trabajadoras… y venezolanas, muy venezolanas.

Quizá a eso se referían los españoles que compusieron la canción “Venezuela”, cuando decían “y de ti los hijos que sembrarán nuevas estrellas”.

Hoy leí las declaraciones del Cónsul de Chile en Maracaibo, el señor… el Señor Fernando Berendique y sus declaraciones, conmovedoras como las que más, debería llenarnos de vergüenza a los venezolanos nacidos en esta tierra: “Moveremos cielo y tierra para que las cosas mejoren en este país”.

A una semana de haber perdido lo que más puede querer un ser humano en esta vida, a su hija, él no habla de “este país de mierda”, él no maldice, no desea que se vaya todo al carajo, no, él dice que moverá cielo y tierra para mejorar este país, porque si a él le apagaron su estrella, luchará para que los millones de estrellas que quedan puedan brillar.

Cuantas veces nosotros, nacidos aquí, paridos por esta tierra, amamantados por ella, decimos que nos sentimos avergonzados de ser venezolanos, que este país es una completa mierda, a hablar de las maravillas de otras tierras en contraposición con la nuestra.

No recuerdo quien dijo que lo importante no es sentirse orgulloso de la patria, sino hacer que la patria se sienta orgulloso de uno.

Yo soy venezolana, aquí nací, no decidí hacerlo, sencillamente pasó, no tengo motivos para sentirme orgullosa de ser venezolana, como no se puede uno sentir orgulloso de sacarse la lotería, son cosas de la fortuna, no tiene mérito. Pero el señor Berendique, como tantos y tantos inmigrantes, que no extranjeros, que llegaron a este país, no están aquí porque les haya tocado, lo hacen porque decidieron hacerlo, aman a Venezuela porque han decidido amarla, quererla y respetarla, se casaron con ella.

Que triste sino el de Venezuela, odiada y maltratada por los hijos que pare, y amada y respetada por los que adopta, aún así, ella nos da a todos por igual.

Hoy me doy cuenta de un disgusto estúpido que he tenido en estos años, porque para algunos de nosotros la bandera tiene siete estrellas, para otros tiene ocho, pero lo cierto es que tiene millones, unas son amarillas y con los ojos rasgados, otras blancas de ojos claros, otras negras, mulatas, zambas, hablan con distintos acentos, no todas tienen un papel que les acredite como venezolanas, pero no hay duda de que lo son.

Quizá aquel niño que juró un día ser más venezolano que los venezolanos no fue el único que hizo ese juramento, quizá es un virus que hay por allá en Maiquetía y La Guaira, un virus al que parece que los nativos somos inmunes.

¿Les digo la verdad? El señor Berendique me ha hecho sentir vergüenza, me siento avergonzada de decir que soy venezolana cuando en realidad solo lo soy porque lo dice un papel, porque la fortuna quiso que los dolores de parto de mi madre fueran aquí, el señor Berendique, nacido en Chile, con 30 años de residencia en el Venezuela, Cónsul honorario de la República de Chile, que es muy posible que ni siquiera tenga un papel que lo acredite como Venezolano, me ha hecho sentir que yo no soy venezolana, en realidad, soy soy una estafa.

Lamento si disgusta este escrito, estas letras no pretenden ser educativas, ni siquiera invitar a la reflexión, no hay moraleja, no hay denuncia, solo vergüenza, mi vergüenza, nuestra vergüenza. Lo siento, es lo que hay.