Leí ayer a un chavista que comentaba horrorizado el “violento lenguaje” opositor, quienes ayer aplaudían “freír cabezas” hoy se escandalizan ante la oferta de los otros de “hacer parrilla”, será cosa de gustos culinarios, digo yo, porque otra explicación no hay. Esos mismos que aplaudieron a rabiar al presidente, cuando anunciaba que “las urbanizaciones van a arder por los cuatro costados”, esos que hablan de enemigos, frentes, patrullas, milicias, batallones y pare de contar, se quejan del lenguaje “guerrerista” de sus opositores.
Si soy sincera lo primero que pensé fue “tienen una jeta que no les cabe en la cara de puro grande”, porque hay que ser cara dura para criticar lo que se hace, pero en ese momento entró otro chavista, de los de a pata, a retrucar la denuncia de la siguiente guisa:
estos skuakas son unos kajones esos no matan a nadie, no se atreven a nada.
Entonces me quedé de piedra y no pude más que pensar que la ignorancia es realmente atrevida y más ¡es peligrosa! Muy peligrosa.
Me vino a la mente el periodista y escritor Josep Pla, quien tuvo el “privilegio” de ver un hecho histórico, conocido como “la quema de los conventos” en la España republicana. Refería Pla el asunto de la siguiente manera:
Poco después de haberse iniciado el fuego, se acerca por ambos tramos de la Gran Vía una riada de gente que viene sin duda a contemplarlo. Las azoteas cercanas están llenas de gente. En la nuestra, la gente comenta el hecho como si tal cosa. Una nube de vendedores ambulantes se ha colocado muy cerca de la acera del convento previendo que una gran muchedumbre desfilaría ante la popularísima iglesia mientras se quema. De esta manera, una parte de los madrileños ha podido contemplar el espectáculo comiendo churros, buñuelos y esos helados que aquí se llaman polos. También se ofrecen cordones de zapatos, tres corbatas por una peseta, gomas para llevar bien sujeto el varillaje de los paraguas, matasuegras, romances de cordel, retratos de Galán y García Hernández y no sé cuántas cosas más. Es curioso realmente ver al pueblo de Madrid con un churro en la boca, los ojos llenos de curiosidad, una sonrisa de fiesta en la cara, mirando cómo sale la humareda del convento.
Reflexionaba Pla años después que nunca pudo comprender como un pueblo tan superficial e indolente podía estar literalmente matándose pocos años después.
Pensaban también aquellos que quemaban conventos, saqueaban tumbas, violaban monjas, mataban curas, invadían haciendas y fábricas, robaban a “los burgueses” y demás despropósitos, que “esos burgueses cagones no se atreven a nada”, pero se atrevieron, y a mucho.
Un poco de historia, la República se instaura en España en medio de una polarización bastante fuerte, con un izquierda muy radical, como se puede ver, y una derecha acomplejada e incapaz de hacerle frente.
Cuando el PSOE ganas las elecciones de 1936, unas elecciones cuya transparencia fue puesta en duda, lo hace de la mano de factores de izquierda muy radicales, como los comunistas y anarquistas, que para que entiendan venían a ser algo así como “La Piedrita”.
Del otro lado también hubo una suerte de unidad, los partidos de derecha se agruparon en la CEDA (Confederación Española Derechas Autónomas).
Pero la CEDA, quien sabe si por complejos, por una incapacidad real de plantar cara al Frente Popular, o por un exceso de celo con la institucionalidad, no fue capaz de derrotarles.
Hasta ese momento la oposición al Frente Popular estaba disperso, desarticulado, atemorizado, las señoras dejaron de arreglarse, y por supuesto, de lucir joyas, especialmente si eran de tipo religioso, los hombres sacrificaron el sombrero, vestirse, acicalarse, era un signo de burguesía, y eso bastaba para convertir a cualquiera en blanco “revolucionario”.
Así pues, algo de razón tenían quienes abusaban, podían hacerlo porque la burguesía, los “escuálidos”, no se atrevían a nada ¡ni a vestirse!
En esos tiempos ya existía la Falange, un grupo de muchachos, muchachitos, casi niños, estudiantes mayormente, radicales… loquitos pues.
Al día siguiente de la derrota de la CEDA en la elecciones del 36, se afilian a la Falange miles de jóvenes, desencantados con la “blandura” de la CEDA, y ya dispuestos a tomar otro camino menos institucional.
La falange tenía una organización piramidal. El conjunto más pequeño era el “elemento”, un elemento estaba compuesto por dos escuadristas y un jefe. Tres elementos formaban una escuadra, tres escuadras formaban una falange, tres falanges una centuria, tres centurias hacían un tercio, tres tercios una bandera, y tres banderas componían una legión.
Del lado del frente popular estaban las milicias, sin organización de ningún tipo, muchos de ellos simples delincuentes, otros, ciudadanos sin ningún tipo de preparación ni disciplina.
La verdad es que en el momento del alzamiento nadie hubiera apostado por su triunfo, el gobierno, es decir, el Frente Popular, tenía más armas, más ejército, más voluntarios, y sobre todo, más dinero. Los alzados tenían muy poca cosa.
¿Que inclinó la balanza? Es difícil decirlo, si bien es cierto que el bando nacionalista contó con la ayuda de Alemania e Italia, no es menos cierto que el bando republicano recibió ayuda de Rusia, entonces eso puede descartarse. Yo creo que lo que cambió todo fueron básicamente dos cosas, la primera, que el bando nacional estaba muchísimo más organizado que el republicano, y segundo, que mientras los primeros luchaban por la revolución, concepto que muchos ni siquiera entendían, los otros peleaban por su propia subsistencia.
En fin, que la Guerra Civil Española fue un triste episodio de la historia donde una parte del pueblo estaba dispuesta a exterminar a la otra parte. Esa otra parte permitió por un buen tiempo el exterminio, eligieron esconderse, ocultarse o huir, es decir, no hicieron na’… hasta el día que decidieron hacer. Y ese día demostraron que estaban dispuestos a todo, a matar y morir inclusive.
Así fue como un país que veía su propia destrucción mientras comía churros y buñuelos, entre algarabías, chistes e indiferencia, se vio un día sumido en la barbarie más absoluta, una guerra fratricida que solo dejaría miseria, dolor y hambre ¡ah! Y una dictadura de casi 40 años.
Mi abuelo, falangista, contestaba siempre igual cuando alguien le decía que había una buena noticia:
-¡Abuelo! Te tengo una buena noticia -¿Se acabó la guerra?
Eso solo me deja pensar que para él, el fin de la guerra, fue algo especialmente anhelado.
¡Que tal abuelo! te tengo una mala noticia…