Opinión

Violando sueños

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Puerto Santander a medio día es un infierno, como para que el mismísimo Diablo se pasee con camisa floreada y pantaloncito corto cual si estuviera en Las Bahamas. Así estaba yo, de pantaloncito corto y una franelilla, aún así me parecía que era demasiada ropa para aquel calor. Por eso mis ojos infantiles se abrieron de par en par cuando vi una pareja de guajiras con unas batas que les llegaban a los pies, totalmente tapadas y para más, con el cuello rebosante de collares de grandes cuentas. Mi padre me llevaba de la mano y alcé la cara para preguntar: “Papi, pobrecitas ¿y todos esos collares no les dan más calor?”, mi padre sonrió y me dijo: “claro que no, porque esos collares están llenos de agua, ellas los ponen en las noches en la nevera y así cuando se los ponen andan fresquitas todo el día”… ¡y yo le creí! Me pareció una respuesta sabia y en la que no cabía ninguna duda. Normal, porque es que yo sabía lo que saben todos los niños, papá y mamá lo saben todo.

Y eso quedó comprobado el día que andaba desconsolada porque el niño Jesús no había venido, aunque mi madre me decía que tenía que haber venido “¡busca bien! Tiene que haber venido”. Estaba convencida que esa vez mi madre se equivocaba, pero no, como siempre estaba muy acertada, había venido, solo que se puso a jugar con mi trencito eléctrico y como el cansancio lo venció, dejó el trencito bajo la cama de mis padres en vez de en el arbolito.

Creía todo lo que mis padres me decían y lo que yo me imaginaba, que la cúpula sobre el Centro Comercial Las Mercedes era la casa del oso polar, allí vivía con su esposa y sus ositos. Creía que el cielo era una cartulina pinchada por la que entraba la luz, eso eran las estrellas, pinchazos de aguja en una cartulina, creía que las guajiras usaban collares refrigerados, que en la guantera del carro de mi papá había un grifo que daba agua para cuando yo tuviera sed.

Otras cosas no las creía, pero me gustaba pensar en ellas, yo era la heroína capaz de dar brincos que me colocaban en el techo del colegio, podía volar y hasta hacerme invisible, una heroína cuyos archienemigos eran maestras amargadas y regañonas. En la realidad las malvadas maestras ganaban siempre, lo hacían llamando a mi madre para poner la queja: “la niña se distrae mucho”.

Y si del principio de año escolar se trataba, aquello era la gloria, libros nuevecitos, con olor a tinta, con dibujos de mil colores, cuadernos limpios y con sus hojas listas para recibir mi sabiduría en formación. Con eso la promesa interna, firme e indisoluble, de que “este año sí, escribiré con letra perfecta y estudiaré mucho”, promesa que también de forma firme e indisoluble, rompía pasados unos días.

¿Y como no iba yo a creer todo eso? Tenía que hacerlo porque mi mundo era de ratones que se metía en mi cuarto de noche y sin que yo me diera cuenta dejaban una brillante y hermosa moneda de 5 bolívares a cambio de mis dientes de leche ya caducados. Un mundo donde un niño-dios se pasaba toda una noche al año volando por el mundo repartiendo juguetes, mismos que transportaba en un saco de capacidad infinita. Un mundo perfecto, hermoso, limpio, un reino ¡mi reino! Yo era la princesa buena, y en la puerta de ese mundo tenía dos formidables guardianes, mi papá y mi mamá, dos ángeles hermosos que se convertirían en dragones fieros al más mínimo intento de cualquiera de entrar a perturbar la paz de mi reino.

Así fue hasta que me empezó a quedar pequeño, ellos le impedían a cualquiera entrar, pero no me impidieron salir, y cuando aquello ya me quedaba chico, empecé a dar pasitos en un mundo más duro, pero también hermoso, un mundo que a veces me hace largar carcajadas, y allí están ellos para compartirlas y celebrarlas, pero también me arranca lágrimas, y allí están ellos para secarlas ¡Gloria a Dios! Y que así sea muchos años.

Hace ya unos días vi una foto de unos niños en el 23 de Enero, niños inocentes, niños que debía ser como era yo, con un mundo lleno de inocencia y fantasía, de ratones que dejan dinero, de niños-dios que reparten regalos, niños que deberían ser príncipes y princesas de reinos vírgenes.

Pero no, estos niños no eran así, estos niños no tenían en sus manos libros y juguetes, habían fusiles, armas de guerra, de esas que sirven para matar personas, de esas que disparan a la cabeza y dejan a un ser humano tendido en tierra con el cerebro desparramándose fangoso en el pavimento.

El mundo de un niño es un mundo virgen, y alguien decidió que era buena idea romperle la virginidad a ese mundo con la punta de un fusil. Nos escandalizamos cuando nos enteramos de la violación del cuerpito de un niño, pero ¿y que pasa cuando le violan su mentecita y su alma?

No puedo dejar de preguntarme ¿donde estaban los ángeles guardianes de estos niños? ¿por qué no se convirtieron en dragones y chamuscaron con su lengua afilada a esos hijos de la gran puta que violaron a sus hijos? Peor aún, como me temo ¿es que se prestaron sus guardianes a la violación? ¿será que no solo no les protegieron sino que les colocaron voluntariamente en las manos de esos pervertidos?

¿Y nosotros? ¿donde estamos nosotros? ¿donde está eso que mientan “sociedad civil”? ¿será que tenía razón aquel viejo baboso que preguntó cínicamente con que se come eso? El gobierno dice que hará una investigación que llegará “hasta las últimas consecuencias”, pero ya sabemos que “las últimas consecuencias” están en ninguna parte, así que la investigación llegará a ningún lado. El congreso se niega en redondo a pisarse los dedos con el tema, y nosotros… nosotros no pasamos del “que bolas con este gobierno ¡delincuentes!” y vuelta a la rueda a seguir la fiesta, a apoyar al candidato X, a vituperar del candidato Y, ¡siga la fiesta! ¡a votar todos! ¡a liberar a Venezuela!

Liberar a Venezuela… ¿de qué? ¿como? ¿con ese futuro? Porque el problema es el presente, sí, ese presente con el que estamos forjando el futuro. El presente es una puerta, una puerta que le da paso al futuro, y la llave de esta puerta, de nuestra puerta, está hecha con el aberrante y aberrado cañón de un fusil rompiendo la inocencia de unos niños… ese es nuestro presente, nuestro presente somos nosotros, nosotros escandalizados como viejas pacatas a la salida de misa, diciendo ¡que bolas con este gobierno! y siguiendo de largo, si acaso comentando con alguna vecina el escándalo.

¿Y yo? ¿donde estoy yo? Yo, que me sentí en el colmo de la felicidad aquellos dos días en que parí a mis hijas, yo que acepté con gloria ser el ángel y dragón de dos niñas, ¿puedo aceptar esto? ¿es que no voy a hacer nada? El día que se acerque a ellas el demonio con su fusil violador ¿que voy a hacer? ¿lo mismo que hoy? ¿hacerme cruces y decir escandalizada “que bolas con este gobierno”?

Les pido que me disculpen, esto es más que una reflexión, escribo porque es mi forma de pensar, de planear, y esto me tiene conmocionada. Por el hecho, por esos niños, por la sociedad en la que vivo, y lo más relevante, por mí, he tardado días, quizá una semana en reaccionar, al principio fui también vieja pacata, me limité al “que bolas con este gobierno”. Eso mientras asimilaba la gravedad de los sucedido, ahora ya entiendo y siento lo grave del asunto. Entiendo que esos niños son víctimas, y como toda víctima, con todas las papeletas compradas para ser verdugos.

Verdugos que un día se pueden parar frente mis princesas con su fusil perverso, y yo ¿que voy a hacer? Ellas me preguntarán, mami, estuviste allí cuando esto se construyó ¿que hiciste para impedir que el día de hoy llegara? y yo ¿que les voy a decir? ¿tendré que bajar la cara y decirles “me escandalicé y dije que bolas con este gobierno”?

Ya pasé la fase del desconcierto y el escándalo vacuo, ahora tengo que pensar que hacer, porque algo tengo que hacer, lo juré los días que recibí dos minúsculo paqueticos hechos de nube y sueños, juré que sería su ángel y su dragón, a mi no me decepcionaron los míos ¿será que yo no podré cumplir lo mismo?

Dice mi padre que el hombre es del tamaño del compromiso que se le presente, y yo ¿me puedo crecer hasta ese tamaño? soy yo sola, y yo sola ¿que puedo hacer? Soy sola en una sociedad inerme que nada hace ante el crimen, que permite que este horror se despinte en medio de unas elecciones primarias. Pero viene mi otro ángel, mi madre, y me dice, “ajá, entonces si los demás se tiran por un barranco ¿tú también te tiras?”.

No mami, esta vez yo no me tiro por el barranco con los demás. Algo haré.