Opinión

Pérez Jiménez, el trampantojista

Imagen principal

Ando floja, más que floja, flojísima.  Ojo, no es que no escriba, he escrito varias cosas y al terminar las guardo.  No sé si es que me da fastidio publicar, si es que le he perdido el ritmo a la cosa.  No sé.

Pero en fin, ando con un temita en la cabeza, he pensando muchas cosas para escribir, hasta llegué a hablarlo con un amigo, al que considero hoy gran amigo y me importa un nabo si es o no recíproco.

Y hoy nuestro querido Oscar, al que no me canso de agradecer su presencia, me viene a tocar la tecla porque tiene que ver con lo que había pensado escribir, el olvido.

Hay una técnica pictórica que es bastante bonita, curiosa y entretenida, se llama “trampantojo”, que no es otra cosa que “trampa al ojo”.  Consiste es jugar con la luz, el color y la perspectiva para engañar la vista y hacer ver algo donde realmente no está, y frecuentemente donde es sencillamente imposible que esté.

Puede ser una pared lisa, corriente y moliente, donde se dibuja una puerta, o una ventana, que incluso podrían estar abiertas y dejar ver un hermoso jardín, una misterioso pasillo, o una escena cotidiana confortable.   Por supuesto, un trampantojo bien se puede poner en la pared de una casa en Siberia, donde una puerta entreabierta permita disfrutar de la vista del “exterior”, una hermosa playa, con arenas blancas y sol caliente y refulgente.  Ya puede el pobre siberiano hacer lo que guste, intentar lo que quiera, lo cierto es que él jamás podrá pasar por esa puerta a disfrutar de la idílica escena, porque eso no está allí, nunca ha estado y definitivamente, no estará jamás.

Escribí hace algún tiempo sobre los “trampantojos” de Venezuela, escenarios de utilería que con mayor o menos éxito nos han dibujado los distintos administradores del estado que hemos tenido.  Algunos verdaderos artistas, han logrado hacer una ilusión casi perfecta, otros menos hábiles no han podido pasar del cartón mal pintado.  Pero lo cierto es que bien o mal pintado, siempre el guache termina por deslavarse, dando paso a una terrible realidad, la hermosa puerta es solo una pared, totalmente sólida además.

La terrible realidad que vivimos hoy, y el pésimo artista que hoy está a cargo del decorado, hace que sea muchísima la gente que añora aquella época en que… ¿recuerdas? Donde hoy hay una pared fea, de ladrillos crudos, partidos y manchados, alguna vez hubo una puerta hermosa y grande, que si hubieran dejado al mismo pintor unos 10 añitos más, hoy viviríamos en el jardín.

Marcos Evangelista Pérez Jiménez, el gran artista, el rey de los trampantojos, ese que el país entero pide por su regreso, ese es uno de los más grandes trampantojistas de este país.

Si hubiera gobernado 10 años más, nuestro país hoy no sería tan distinto a como es hoy, porque su gobierno no marcó el final de una época, sino el principio de otra, de esa que tenemos hoy.

El primer argumento en defensa de MPJ es: “¡aún están ahí sus obras!".  Efectivamente, están las obras, persiste la acuarela deslavada que hace intuir un pasado mejor, más grande, más glorioso, más próspero.

¿Pero fue realmente próspero el gobierno de MPJ?  De esa época se puede hablar de las grandes obras construidas por el gobierno, de los muchos hospitales, de las infinitas carreteras, pero ¿hubo progreso?

¿Donde está el gran parque industrial producido en esa época? ¿donde los miles de empresarios? ¿donde la infraestructura privada? ¿cuanto se exportó de Venezuela? ¿cuanto producimos?

Sí, se hicieron kilómetro de carreteras ¿y para que servían esas carreteras si no había un pujante mercado de bienes y servicios para ser transportado por esas carreteras? Pérez Jiménez no construyó en base a las necesidades reales de un país, sino en base a los sueños que él tenía sobre el país que quería que fuéramos.

Quizá la idea sea complicada de entender.  Pero supongamos que yo tengo un negocio modesto, digamos que produzco galletas en una pequeña fábrica.  Pero tengo aspiraciones, claro, sueño con que un día exportaré mis galletas y mi empresa será una multinacional.  En consecuencia me compro un galpón inmenso, donde coloco la “empresa matriz”, y una flota de camiones, para poder transportar las cientos de toneladas que movilizaré, y una oficina a todo tren, para atender a los clientes internacionales.

El problema es que yo tengo solo una modesta fábrica, y la he descapitalizado para sufragar todo eso que necesitaré el día que crezca, pero no lo necesito hoy.  Más aún, no solo he descapitalizado la empresa, sino que me he endeudado.

Yo muero y mis hijas, lejos de recortar los gastos que vengo yo haciendo, los aumentan, porque ellos ya no compran galpones, sino que contratan 20 vigilantes para el galpón, y 50 choferes para la flota de camiones ¡ah! Y por supuesto, se dan la vida que corresponde a unos grandes industriales exportadores de galletas.

Pasados los años heredan mis nietos, y se encuentran una empresa en completa ruina, ya no hay dinero ni para pagarle a los 5 obreros iniciales, no hay siquiera para pagar sus propios sueldos, y entonces se lamentan “¡ay, si estuviera mi abuelita! ella sí sabía llevar una empresa, mira como de una modesta fábrica de galletas construyó un emporio internacional.  Hay que volver a los tiempos de mi abuelita”. Cuando lo cierto es que la abuelita dió los primeros pasos para quebrar aquella empresa que, ciertamente, pudo ser grande, pero no no fue ni lo iba a ser nunca siguiendo el camino de la abuelita.

En la búsqueda de ese sueño, de esa ilusión, de ese trampantojo, los venezolanos dijimos que lo que este país necesitaba era un hombre fuerte, que amara este país, como el General Marcos Pérez Jiménez, y así elegimos a Hugo Chávez. Ahí está el hombre fuerte, el que maneja hoy el país con mano dura, el que ha metido en vereda a los políticos sinvergüenzas ¿que falló?

¡Ah! A lo mejor porque no es andino, o porque es zambo, o porque no es general ¡a saber!

Un país no crece porque algún gobierno lo haga crecer, sino porque un gobierno lo deja crecer.  Un gobierno no tiene que hacer cosas, lo único que tiene que hacer es permitir que los ciudadanos hagan, que emprendan, que prosperen.

Un buen gobierno no tiene que construir muchos hospitales para los pobres, sino permitir que los pobres dejen de ser pobres, que puedan trabajar, formarse, educarse y que produzcan lo suficiente como para poder sufragar sus gastos de salud, de educación, de vestido, calzado, vivienda, y por supuesto, de entretenimiento.

Se le hace un gran daño al país cuando se persiste en la idea de que nuestra única salvación es otro Pérez Jiménez, lo que necesitamos no es un gran artista capaz de pintar una trampantojo realista, lo que realmente necesitamos es un administrador, alguien que nos de la libertad suficiente para abrir la puertas y ventanas que necesitemos.

Este país se muere de olvido, se muere por desmemoria, porque la mayoría no recuerda que muchos pobres fueron mudados de miserables ranchos a hermosos edificios como los del 23 de enero, pero el problema es que no dejaron de ser pobres.  Ciertamente fueron muchos los que salieron de allí, pero salieron por su propio esfuerzo, salieron porque quisieron salir y lucharon contra un sistema que se los dificultaba.  Creo que ese espíritu de superación también los hubiera sacado del rancho.

Cierro esto con una sentencia que por repetida es hasta ladilla, el problema de Venezuela es que los venezolanos parecemos saber muy bien lo que no queremos, pero estamos muy lejos de saber que es lo que queremos.  Y nunca soplan buenos vientos para el barco que no sabe a donde va.