Opinión

Renny Ottolina presenta: El Furúnculo

Imagen principal

Pensaba escribir sobre otro tema, y hasta empecé, pero lo dejé así, no sé, se me cortó la inspiración, todo el mundo está pendiente de Hugo y su maltrecha salud.  Si me preguntan, tiene una enfermedad autoinmune, de esas que afectan las articulaciones y algo más.  Eso o tiene una salud bien débil, porque en los últimos años ha sufrido de la espalda, no sé si recuerdan que se habló de una hernia discal, ha aparecido en distintas oportunidades con los nudillos inflamados, cosa que le atribuyen a su afición de golpear paredes, manchas en la cara que dijeron que eran producto de tratamientos con quimio para tratar un cáncer en los senos paranasales, gripes repetidas que lo han alejado frecuentemente de actos oficiales, una rodilla lesionada, que si me preguntan son las dos, porque camina últimamente como un elefante y ahora un muy oportuno absceso pélvico, que le dio en Cuba, afortunadamente bajo el ojo clínico de Fidel.

Bueno, como decía, o es muy enfermizo, o estamos viendo síntomas de un cuadro clínico, que a mi parecer, es una enfermedad autoinmune. Y ¿qué es una enfermedad autoinmune? Bien, básicamente es el sistema inmunológico activándose para atacarse a sí mismo en lugar de protegerse, es el cuerpo luchando por destruirse a sí mismo.  Muy poética la cosa.

Al final pareciera que Hugo sí es una suerte de reencarnación de Venezuela, que es un país que desde tiempos inmemoriales parece aquejado de una enfermedad autoinmune desde que Bolívar entregó a Francisco de Miranda, que se convierte en figura relevante en el panorama político y termina siendo entregado por el mismo Bolívar que antes fue buscarlo a Londres para convencerlo de meterse en el guateque libertador.  De ahí en más, Venezuela parece signada por la traición, el ataque a sus grandes hombres, aunque eso vaya en el propio perjuicio del traidor.  También parece un sino que esos traidores terminan usualmente con finales bastante desagradables, quizá por justicia poética o como simple y natural consecuencia de sus acciones.

Cada vez que en Venezuela un hombre o acción destaca por buena, como posible para enderezar su camino siempre torcido, el sistema inmunitario nacional se activa y lo destruye, esto lo he visto yo hasta la saciedad en el mundo político nacional, y a veces fuera de él.  Es más, he de decir que aunque se me interprete como falta de humildad, alguna vez sido víctima de él, seguramente ustedes también, y eso me lleva a la dolorosa conclusión que en este país, para no ser arrollado por el sistema inmunitario, lo mejor que se puede hacer es ser destructivo y servir básicamente para nada.  Seguro que vuestras mercedes han llegado también al menos una vez a conclusión similar.

Voy a relatar un caso de esos, donde la enfermedad autoinmune actuó con la eficiencia que la caracteriza, y sobre la que nuestra memoria histérica, nunca histórica, ha echado tierrita.  Esta historia tuvo también un final poético.

Renny Ottolina ¿lo recuerdan? Yo no, realmente era muy pequeña cuando murió, pero aún así recuerdo el impacto que aquella muerte tendría en la sociedad venezolana, una sociedad que lo aclamó, lo admiró, lo mitificó, y que echó su historia, su verdadera historia al olvido.

Renny tuvo un origen humilde, como tantos venezolanos, y muchas ganas de superación, también como tantos venezolanos, aunque menos.  Renny fue el típico hombre que se hizo a sí mismo, y se hizo, sin duda alguna, con gran originalidad.  Sin terminar aún el bachillerato, estudió inglés, y con ese aprendizaje se empleó como traductor de noticias, se fue introduciendo poco a poco en el mundo del espectáculo, era carismático, inteligente, altamente responsable, un gerente exitoso, y el primer producto que gerenció y publicitó, fue su propia imagen.  Tardó poco en darse cuenta que los medios, si servían para vender productos, servirían también para vender conductas y con ellas influir en la construcción de un país mejor, el país que él soñaba, con un mensaje principal, responsabilidad individual, todos somos responsables de nuestras acciones. Tener un mejor país dependía de ser un buen ciudadano, y esto a la vez era responsabilidad de cada quien, y no de los demás.

Por otro lado, tenía un mensaje profundo, pero transmitido en palabras muy sencillas, ideas de primer mundo, pero habladas en el idioma del tercero, cosas como “un país sin disciplina, no llega ni a la esquina”, demostraba que se podía educar y divertir al mismo tiempo, que si se quería un público de primera calidad, había que tratar al público con el respeto que merece la calidad, que si quieres que alguien deje de comportase con vulgaridad y ordinariez, has de empezar por tratarlo con altura.  Si tratas a alguien como a un animal, terminará por comportarse como un animal, y al contrario funciona igual, si lo tratas con dignidad, harás de él un ser digno.  Aplica a las personas, aplica al pueblo.

Todo eso llevó a Renny Ottolina a ser el indiscutible Nº 1 de la televisión venezolana, y su mayor pecado no fue serlo, sino saberlo y usarlo.  Renny tenía su propio espacio, suyo, de su propiedad, él compraba el espacio a las televisoras, y él se ocupaba de sus ventas, no era RCTV, ni VTV quien pagaba a estrellas de talla internacional, era Renny directamente, y lo hacía con el producto de sus ventas de espacio publicitario.  En algún momento, por los años 60 me parece, fue contratado por la televisión estadounidense con un asombroso sueldo de 4 millones de dólares, una cifra que aún hoy es para apretar los dientes.

Andando los años, como era lógico, Renny llegó a facturar mucho más que las propias televisoras, por si fuera poco, le dio por decir lo que pensaba de la mediocridad de los medios de comunicación. y entonces se armó la conjura, la conjura de los necios, esos que en vez de dar lo mejor de sí mismos para superar la excelencia, decidieron eliminarla de su camino para poder seguir mamando de su incompetencia.

Marcel Granier (RCTV) tiene la idea y la comparte con los reyes del mambo televisivo de aquel entonces, Gustavo Cisnero (Venevisión) y Alberto Vollmer (VTV, en ese entonces de propiedad privada), el fundamento era claro, Renny era un problema, era incómodo, era demasiado exitoso, y debía ser eliminado.  Pero no lo podían hacer directamente dada la popularidad de Renny, había que obligarlo a irse “voluntariamente”, entonces decidieron que ningún canal podía tener productores independientes, quien quisiera aparecer en televisión, lo haría bajo la figura de empleado y nada más.  Eso implicaba, por supuesto, lo que es lógico, el ejercicio práctico del “yo pago, yo mando”, donde Renny debía someterse a los deseos de los dueños de las plantas, algo que se sabía sería inaceptable para aquel hombre, como de hecho lo fue.

Así en 1973, Renny Otollina salió del aire, le revocaron la concesión, y en su último programa presentó a María Lourdes Devonish, quien para la ocasión entonaría una canción de Alberto Cortéz: “Cuando un amigo se va”.  La canción causaría un gran impacto emocional en la sociedad venezolana, pero no lo suficiente para superar sus gravísimos problemas de memoria.

Quizá por justicia poética, quizá en guiño a un tardío acto de contrición, quizá como mensaje divino ¡a saber! Lo cierto es que esa misma canción, esta vez en la voz de Kiara, marcaría la despedida de RCTV cuando Hugo, nuestro enfermito (en más de un sentido) nacional, revocó la concesión de ese canal, 34 años después.

La hija de Renny, Rhona, hizo una carta al respecto, y mucho le criticaron, so excusa de ver en ella una suerte de regocijo de venganza, y aduciendo que su fallecido padre jamás se hubiera pronunciado así ¿seguro? Yo que apostaría que sí, que Renny no dejaría de pasar tan exacta oportunidad para recordar aquello que pregonó toda su vida: que todos somos responsables de nuestras acciones, y no tendremos otra cosa distinta a aquello que sembremos.  Claro, que como dije, yo a Renny no lo conocí y bien podía ser más propio de su personalidad el exonerar las culpas, y fomentar la conducta de “pelillos a la mar que aquí no ha pasado nada”.

Y pues sí, parece que es un absceso, un furúnculo pues, una masa de pus dentro del organismo, un organismo que falla y que por alguna razón ha decidido atacarse a sí mismo. El enfermo camina como un elefante, sin doblar las rodillas, detrás va una silla de ruedas, previendo lo evidente, en cualquier momento las piernas sin rodillas funcionales, las piernas de elefante, cederán, el enfermo caerá de nuevo presa de la infección que su propio organismo se ha producido, caerá víctima de la septicemia, y finalmente, y ya a esas alturas nada podrá evitarlo, vendrá la muerte y la consecuente putrefacción. El cuerpo habrá logrado lo que buscaba, habrá triunfado consiguiendo su propia aniquilación.

Como he dicho otras veces, no importa lo que fuimos, ni tan siquiera lo que somos, sino lo que seremos, pero es vital para vencer esta enfermedad reconocer lo que fuimos, nuestras responsabilidades, reconocer que si tengo en mis manos cardos, es porque cardos he sembrado, no tengo nada, absolutamente nada que no merezca, reconocer que los cardos no vinieron del cielo, ni los sembró el vecino, y si quiero comer fresas, a mí y solo a mí, me corresponde sembrarlas.

Como diría Renny, el Nº 1 que tanto molestó: “sienta que la única cerca válida para Vd., es la de su propia inteligencia”.