Opinión

Teatro Nacional

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Me molestan mucho las películas y libros “inspiradas en la vida real”, digo, porque para vida real ya está la vida real, con leer la prensa o ver la tele, tengo realidad por montones. Aún recuerdo cuando vi “Ghost” ¿que mierda de película es una donde al protagonista lo matan en la entrada? ¿que porquería es esa? En las películas y los libros la gente termina feliz, los buenos ganan, los malos pierden, y al final todos obtienen exactamente aquello por lo que trabajaron ¿que la vida real no es así? ¡pues precisamente! Para vida real ya está la vida real ¿por qué habría yo de querer una copia si el original está ahí mismo? Cuando veo una película, o leo un libro, lo hago por distraerme, para escapar un rato de la realidad.

Y cuando estoy en la vida real, sé como son las cosas, distintas, sé que el bueno no siempre gana, que el malo no siempre pierde, sé que hay millones de hijos naturales que no descubrirán que son hijos un millonario que les heredará una fortuna, que millones de mujeres quedan embarazadas solteras, y no saldrá el padre corriendo a pedirle matrimonio y estabilidad, entiendo que son muchos los dictadores que mueren pisando y atormentando a sus pueblos, aunque eso sí, a pocos conozco que tengan “muertes dulces”, casi siempre tienen enfermedades horrendas (saludos, Hugo).  En la vida real no siempre la tiranía fracasa y ni el pueblo conquista su libertad.

De hecho, he notado que en la vida real, los pueblos suelen tener bastante desarrollada la vocación de esclavos.  Creo que por eso no me gusta mucho el Himno Nacional de Venezuela, es como demasiado realista, digo, por aquello de “y el vil egoísmo que otra vez triunfó”, como Himno debería darle a uno un poquito más de ánimo, digo yo.  Los que compusieron ese himno eran como los de Ghost, matándole las ilusiones a uno no más empezando.

Pero claro, uno debe saber diferenciar entre la realidad y la ficción, porque si no la cosa se puede poner muy fea, no voy yo a salir de ver Avatar buscando una vaca para meterle el enchufe a ver si sale volando.  La realidad es la realidad, y la ficción, ficción.

El contraste entre realidad y ficción se nota más cuando uno estudia la historia, porque entra uno con todos los clichés de la ficción, de buenos bonísimos y malos malísimos, héroes muy valientes, y villanos muy cobardes, historias con vencedores y vencidos.  Al final, si uno tiene un poco de ecuanimidad, se da cuenta que los malos, no eran realmente tan malos, los buenos no eran tan buenos, los valientes, más que valor lo que tenían eran dos o tres tuercas flojas en la cabeza, y usualmente no hay vencedores y vencidos, sino dos grupos de humanos que se enfrentaron hasta la muerte, y todos salieron perdiendo.

Todo esto viene por una discusión que me ha ocupado varios días en el foro, y que me ha obligado a pasearme por la historia de Venezuela, de la que reconozco que soy muy poco afecta (mea culpa), y metiéndome en nuestra historia he ido atando cabos, hasta darme cuenta de cual es realmente nuestro problema.  Y aquí es donde suelto una típica más de mi marido que mía: “Venezuela ¡no existe!”.

¡Ah! ¿como les quedó el ojo? Así mismo, Venezuela no existe, esa es la realidad. Hay países que viven de glorias pasadas, y así pasan siglos, como España, que no olvida aún su pasado imperial.  Ya no son ni la sombra de aquel imperio, pero se siguen jurando la tapa del pomo, al punto de creer que muchos nos quitamos el guayuco para montarnos en el avión.  O los mismos Estados Juntitos, nuestros vecinos del norte, que aún se comen el cuento de que son “el país de la libertad”, cuando les están metiendo una ley fascista a más no poder, como la PATRIOT Act por todo el buche, vulnerando a sus ciudadanos en los derechos más fundamentales.

Hay países que conocen su pasado, se ven en él con errores y aciertos, pero lo que realmente les importa es el futuro, hacia donde apuntan y en el que cifran sus esperanzas.  Como Japón, que se siente orgulloso de sus tradiciones, aunque también se sienten avergonzados de la que armaron en la  II GM, pero el centro de todo es producir, levantarse y mirar al futuro.

Y hay países como Venezuela, que no se reconocen en su pasado, no son capaces de reconocer en él sus motivos de orgullo y vergüenza, pero tampoco son capaces de mirar el futuro.  Venezuela es un país de presente constante, un presente eterno, que no parece venir del pasado, puesto que no reconocemos nuestro pasado, y en consecuencia tampoco puede ir al futuro.  Lógico, si no sabemos de donde venimos ¿como carajos vamos a saber a donde vamos? Venezuela es una eterna obra de teatro, que solo existe en el momento en que se levanta el telón, y ahí vemos un país de utilería que solo existe en ese momento y nada más.

Pero detrás de la utilería, está la realidad, y la realidad es terriblemente fea, es… como es la realidad, una realidad de un pueblo sufrido que no termina de sacudir sus cadenas, aún después de 200 largos años. No es moco ’e pavo, ¡200 años de presente! Sin pasado, y peor aún, sin futuro.

Los países que viven del pasado al menos tienen la esperanza de recuperarlo, pero nosotros ¿como recuperar lo que nunca hemos tenido? Cuando decimos “hay que recuperar Venezuela” ¿que es lo que vamos a recuperar? ¿las guerras? ¿las dictaduras? ¿una democracia que realmente nunca llegó a serlo más que de nombre? Porque estemos claros, Hugo es un oportunista, ciertamente, pero los oportunistas solo tienen vida cuando alguien o algo les da la oportunidad y esa oportunidad se la dio una democracia chucuta que nunca llegó a ser tal.  Tanto que nuestra democracia nació bajo una constitución que al nada más ver la luz, le suspendieron algunas de sus garantías.

¿Como pudimos hablar de democracia si durante años tuvimos garantías suspendidas? ¡años! Mucho más de la mitad de los años que duró eso que llamamos democracia.

Tuvimos la guerra de independencia más larga y sangrienta de toda América Latina, y luego, como nos quedó el gustico o la costumbre de andar matándonos unos con otros, pasamos la bicoca de 100 años saltando de una guerra a otra.  Hasta que llegó Gómez ¡el gran pacificador! Claro, que nos pacificó a carajazo limpio, pero paz es paz y se agradece.

Sin embargo con Gómez, aparte de la paz, llegó la otra maldición, el petróleo. Dinero que sale de la tierra, como maná que cae del cielo, sin sembrarlo, sin esfuerzo, sin trabajo, dinero que fluye directamente a manos del administrador de turno, que nos dice que somos ricos, y que él, en su benevolencia y sabiduría, lo repartirá según lo necesitemos ¿que tiene de raro que el socialismo haya ido permeando hasta las capas más íntimas de nuestra idiosincrasia? Después de todo, eso es el socialismo, repartir la riqueza, sin importar de donde o como haya salido.

Y con Gómez nace la utilería, utilería construida con dinero “mágico”, dinero que sale de la nada, igual que salen los conejos de las chisteras de los magos.  Ya en tiempos de Gómez, por allá por los 20 del siglo pasado, decía un escritor venezolano, del que lamentablemente no recuerdo el nombre, que los venezolanos nos habíamos inventado un país donde nos creíamos que manejar un carro más grande que la casa donde vivíamos, hablar por teléfono o viajar en tranvía, era lo que nos definía como “civilizados”. Y de eso han pasado 100 años, así de vieja es nuestra tragedia.

Después de Gómez, todo ha sido lo mismo, armar la utilería con el dinero mágico, unos han hecho decorados más hermosos, como Pérez Jiménez, otros han hecho decorados realmente lamentables, como este que tenemos hoy, a otros se le han caído dos o tres mamparas, como a Luis Herrera, y alguna vez estuvo a punto de caer la tarima entera, como cuando el Caracazo, pero al fin de cuentas, todos hacen lo mismo, construir el decorado de una obra en la que nosotros asistimos como público, y cada tanto, como en las elecciones, de tramoyeros.

Pero detrás de ese decorado, hay un país real, un país que no solo no es rico, sino que es muy miserable, un país de hambre, de hampa, de muerte y sangre, de odios y rencores, un país realmente feo, y así, feo, está creciendo, y cada día el decorado para taparlo tiene que ser más grande, y claro, costoso. Ya el dinero mágico, no alcanza para tanto decorado, es demasiada la mierda que hay que tapar.

Me gustaría seguir escribiendo, pero se me ha acabado el espacio, solo me quedan dos preguntas ¡pero que preguntas! ¿entenderemos algún día que no importa lo que fuimos, ni siquiera lo que somos, sino lo que queremos ser? Y la pregunta trágica… ¿qué queremos ser?