Opinión

Carta abierta a Oswaldo Álvarez Paz

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Querido Oswaldo, tenía pensado escribirte un correíto, y hasta usar contactos familiares para llamarte por teléfono, pero para evitarme una decepción más, por muy esperada que sea, decidí usar esta vía.  Así si no me contestas, o me contestas como hacen la mayoría de los políticos, no me molestará tanto.

Tendré que comportarme, mi estilo no es tan… decente, como el que usaré en esta carta, pero mi madre te guarda mucho afecto de los tiempos de lucha juveniles que compartió contigo, y aunque uno ya es cuarentón, no quiere que la mamá lo ande regañando.  Sabes como es.

Empiezo por contarte una  anécdota.  Hace ya algunos años, un joven político (bueno, joven para el promedio) se hizo de un sitio en Internet… ¡wao! Imagínate, un político que se pone al alcance de todo el mundo, porque eso tenemos los internautas, que hemos hecho de Internet una sucursal de la vida real, que me contestes un correo electrónico viene a ser como vernos personalmente, de lo que escribas en él dependerá que lo tome como habernos tomado un café juntos, o un saludo de esos de compromiso.

Como te iba diciendo, el joven político se hizo del sitio, y un amigo mio, un muchachito, este sí muy joven, se emocionó todo, y ni hablar cuando ya no recuerdo como, consiguió una cita personal con el fulano político.  Yo soy de ideología liberal, muy particular, ciertamente, poco dogmática y menos ortodoxa, pero liberal, mientras que el muchachito, mi amigo, no tenía idea de que quería ser, pero sabía que quería trabajar por el país, acompañar a alguien en la lucha política, pertenecer a algo, ya sabes como es.

Mi amigo me pide que lo acompañe a su cita, y que claro, le ayude a exponer sus ideas, porque él, de tan joven, se le tranca el serrucho con el verbo.  Así nos vamos los dos, a la oficina del joven y prometedor político, nos sentamos, mi amigo expuso sus ansias de trabajar políticamente, de ayudarlo, de ser un multiplicador de sus propuestas, de su trabajo, y el joven político le escuchó pacientemente,  y el final fue la pregunta clave: “¿en que te puedo ayudar?”.

La respuesta fue la “modelo nº 1”: Gracias por tu ofrecimiento. Escribe bien de mi en el sitio tal.

Sí los sentimientos tuvieran sonido, hasta un sordo hubiera podido escuchar como las ilusiones de mi amigo, la fe puesta en aquel joven político, se estallaban como si fueran un jarrón golpeado con un bate de béisbol.

Y así al muchacho de regreso a su casa.  Me dijo que si se metía en tal o cual partido, a lo que le respondí que él podía hacer lo que quisiera, pero le advertí que la respuesta no sería distinta en otros sitios y que yo definitivamente no podría acompañarle, porque mi pensamiento y mis creencias fundamentales jamás serían compatibles con nada que comenzara o terminara con la palabra “social”, que es, a saber, lo único que hay en la oferta electoral de este país.

Pasó algunos años paseando de un partido a otro, de un grupo a otro, para salir siempre como la canción aquella, “con el corazón parti’o”.  La última vez que hablé con él, me dijo que ya no quería saber nada de política.  Entenderás que hasta el más paciente y enamorado de los seres se cansa de que le pateen el rabo.

Si me decido hoy a escribirte es por una carta que te han escrito y que has respondido, una carta larga, con una exposición de motivos, con ideas, con consejos, con deseos, pero sobre todo, expresándote su respaldo.  Tú has respondido la carta, con exquisita educación y formalismo.  Más o menos en términos de “Te leí. Gracias por escribir.  Nos estamos viendo”, lo que viene a ser la respuesta “Modelo Nº 2”.

¿Sabes? Es que la gente, los que no somos políticos, no somos tontos, nosotros también tenemos amigos necios, incómodos o hasta desagradables, que de vez en cuando nos tropezamos en la calle, y para no pasar por groseros, les decimos con impecable educación: “A ver cuando nos tomamos un café”, formulismo que sabemos que es eso, un formulismo social, y que en realidad si algo no nos apetece es pasar una rato tomando café con el necio en cuestión.

Tú respuesta, igual que la de joven político de mi amigo, igual que la de muchísimos políticos, es eso, la invitación que por fórmula social se le hace al amigo necio.  Fíjate, tan grave es el problema que escribo esto sin sentir en lo más mínimo que comprometo a quien te ha escrito, porque sé con certeza que esa respuesta o alguna similar la has dado montones de veces.

Esto lo he visto yo, por desgracia, en campañas electorales y fuera de ellas, cientos de veces, personas ilusionadas, emocionadas, enamoradas, que van a depositar su fe en el banco del su candidato político y se encuentra frente a un buzón que dice: “Deposite aquí su fe.  Gracias por su colaboración” nada de bienvenidas, abrazos fraternos y formación de un equipo ¡nada!

Oswaldo, eres un tipo inteligente, brillante, de convicciones profundas, pero eres… ¡un político más! Nada te diferencia de los cientos, oye bien, CIENTOS de políticos que hay en el país.  ¿Como puede un líder, de los que sea, vecinal, sindical, estudiantil o hasta virtual (que los hay) convencer a su gente de llevar sus preferencias hacia ti si no eres siquiera capaz de responder una simple carta con más de un “a ver cuando nos tomamos un café”?

Los políticos, y ojo que por la causas señaladas al principio estoy usando la palabra “político” y no “politicastro”, no sea que a mis 40 mi madre me de un buen remoquetón por “abusadora y falta de respeto”, no porque no tenga ganas de hacerlo. Decía que los políticos tienen eso, viven pendientes y haciendo cabriolas para los “financistas”, los que sueltan los reales pues, pero a quienes sin tener grandes capitales que aportar, ofrendan sus ideas, su ánimo y su fe, solo les dan patadas por el rabo, con mayor o menor elegancia, pero patadas por el rabo.

Mira Oswaldo, entiendo que como político sea importante que se conozcan tus ideas, pero esto no va a poder ser si primero no te interesas por saber cuales son las ideas de quienes pueden seguirte.  Esa gente, Oswaldo, esa gente que te escribe, que te llama, que te para en la calle, esa que te dice “estoy contigo, yo soy tal o cual cosa ¿como puedo ayudarte?” también son financistas, con un capital distinto,  un capital emocional, y a veces hasta laboral.

Sé sincero chico, si a ti te llega un correo que te diga “Oswaldo, tengo 5 millones de dólares para tu campaña” ¿le responderías con un “Te he leído. Gracias. Estamos en contacto”? ¿sabes que te digo? ¡que ni de vaina le respondes así!

No te costaría, Oswaldo, agarrar a un amigo cualquiera de esos que sé que tienes, y decirle que te preste un salón de conferencias, e invitar, personalmente, y hasta por medio de un asistente, a una reunión, mira chico, para hablar pajita, para decirles lo mismo que dices en televisión, invitarles un café, solo para decir “Sé que ustedes existente, me gusta que existan, me importa que existan y yo estoy aquí para reconocerles y agradecerles su existencia”.

No tienes ni idea, ni idea Oswaldo, de lo que siente una persona cuando puede decir “a mi Oswaldo Álvarez Paz me invitó a una reunión para que le expusiera mis ideas”. Ese tipo sale de ahí convencidísimo de que “Oswaldo es el gallo”, dispuesto a defenderte frente a cualquiera, y a convencer hasta a su abuelita de lo maravilloso que eres y de porque es que tienen que acompañarte en tu lucha, que entonces será también la suya.  Los abrazos, las sonrisas y las palabras de aliento, se multiplican, Oswaldo, y las patadas también.

Me pregunto como es que los políticos, que tantas cabriolas hacen por captar capital financiero, no arrugan ni una ceja para tirar al desagüe el capital humano que se les ofrece.

Te lo pongo simple, chico.  El pueblo venezolano está políticamente huérfano, tiene hambre, quiere casi con desesperación que alguien le pare bolas, no como simple voto, sino como persona, como individuo, el primero que se “rebaje” a lanzar un mensaje tan simple como “Sé que existes y me importa” ese se lleva el premio.  Hugo lo hizo una vez, hace 12 años.

No te aburro más, porque igual, sé que no vas a parar bolas, toda una lástima, realmente creo que eres un tipo brillante, pero así no vas al baile.  Cambiarlo no depende de mi, ni de los cientos que te escriben, sino de ti.