Mente desordenada

La realidad y su percepción

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El ser humano, del cual formo parte, tiene la costumbre de creer que existen dos opiniones fundamentales.  La equivocada y la mía.

Persistentemente hacemos las cosas en base a ése dogma fundamental del ser. 

Las cosas son o no son, es blanco o es negro.  Aunque la que más me gusta es la siguiente: “No todo es blanco y negro, existe una variedad infinita de colores entre esos dos”.  Así que esas personas ven el mundo dividido entre los que ven colores y los monocromáticos.  Y sin darse cuenta han dividido al mundo otra vez en dos pedazos.

Lo cierto es que, el negro no es un color, es la ausencia de todo color, no hay energía y así es como se ve.  El blanco tampoco es un color, es la mezcla de todos los colores posibles y así es como se ve.  Un color está asociado a una longitud de onda dentro del espectro visible.  Ni el negro, ni el blanco tienen una longitud de onda específica porque simplemente no son colores. 

Para ser correctos deberíamos decir algo así: “No todo es 0ºK o 30000ºK”.  O ésta: “No todo es 380nm o 750nm”.  Claro, hay un pequeño problema, en la primera afirmación el negro tiene una temperatura de 0ºK y el blanco tiene 5000ºK, a 30000ºK tendríamos un azul.  En la segunda afirmación, el negro no existe y el blanco tampoco.  380nm es violeta y 750nm es rojo.

Pero a la gente le gusta la idea de ver las cosas en blanco o negro, aún cuando eso no tiene ningún sentido.  O le gusta denostar de los monocromáticos porque no ven el espectro completo, aún cuando eso tampoco tiene sentido.

En realidad, lo que hacemos todo el tiempo es tratar de entender el mundo simplificándolo.  No tiene absolutamente nada de malo simplificar las cosas para entenderlas, de hecho, el cerebro lo hace todo el tiempo.

El problema surge, por lo general, cuando las personas se empeñan en reducir la realidad a dos opciones.  Es una costumbre tan arraigada en nuestra cultura, que ya ni nos damos cuenta.  Está el bien contra el mal, dulce contra amargo, arriba y abajo, limpio y sucio, blanco y negro, ganar o perder.  De esa forma se crea el pensamiento de caja, como yo le llamo.  Una forma de pensamiento que no trata de ver si existe otra solución a los problemas.

¿Se han percatado que un perro gira la cabeza cuando ve algo que le es extraño?  Pareciera como si el animal hiciera un intento por darle sentido a lo que ve, con el simple truco de verlo de otra forma.  Y ése truco funciona, a veces las cosas adquieren un nueva dimensión cuando se miran al revés.  Los niños lo hacen para aprender, pero a los adultos nos ¿enseñan? a ser más eficientes.  Lástima que lo que nos enseñan es a no hacernos preguntas.

Por lo general, nos olvidamos que ciertamente no existen sólo dos respuestas posibles a una situación.  De hecho existen siempre tres respuestas por lo menos.

Un ejemplo, un vaso se cae de la mesa.  ¿Qué pasará?  La mayoría de la gente piensa que se va a romper, pero puede no hacerlo.  Hasta aquí tengo las famosas dos posibles soluciones, pero mi pregunta fue qué pasará y lo cierto es que no sabemos de que material es el vaso, ni contra que va a caer.  Podría rebotar.  Pero nosotros asumimos automáticamente que el vaso es de vidrio y que va a chocar contra el duro suelo.  Acabamos de simplificar el evento a un “se rompe o no se rompe”, cuando lo cierto es que yo nunca pregunté si se rompía.

No tiene nada de malo pensar así, es normal, nuestra experiencia nos indica que los vasos cuando se caen pueden romperse.  Lo malo es que con el tiempo terminamos creyendo firmemente que todos los vasos se rompen cuando caen.  Eso no es real, es sólo la percepción que tenemos de la realidad.  Imaginen a un niño que siempre a visto vasos de goma, evidentemente para ése niño, lo que ustedes respondan estará obviamente equivocado, porque en su realidad los vasos no se rompen cuando caen al piso.

Otra muestra del engaño de nuestros sentidos.  Lanzo una moneda, ¿cara o cruz? ¿Y si hay una grieta en el piso y se queda de canto?  No es imposible, es sólo improbable.