Opinión

¿Qué carajos pasa, pues?

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Mi historia no es especial, es la historia de millones de Venezolanos. Pero creo que debo contarla para empezar a decir lo que siento.

Yo soy una venezolana “media sangre”, tengo dos tierras, a las cuales amo profundamente, una la amo porque fue la tierra de mis ancestros, la otra, porque es la tierra de mis hijas, y con el favor de Dios, lo será de mis nietos.

Mi abuelo paterno vivió en un país que alguna vez fue grande, “El Imperio” le decían, tan grande que en algún momento en sus dominios nunca se ponía el sol. Pero algo pasó, no se sabe muy bien que, el asunto es que de aquello nada quedaba, de pronto aquel imperio había muerto, y empezaron a pasar cosas, leyes injustas, asesinatos, presos políticos, invasiones a la propiedad privada con el apoyo, cuando no con las órdenes del mismo gobierno. Y así un día mi abuelo, con 20 años recién cumplidos, siendo el único sostén de su madre y hermanas, se vio en un país que entraba en guerra, y no dudó, tomó un fusil y se fue a luchar por aquello que creía.

Me encantaban los cuentos de mi abuelo sobre la guerra, que debe haber sido horrible, pero él solo contaba las partes “divertidas” como que el coronel que le mandaba le decía “Pepe, ve a buscar el correo a tal pueblo ¡y si no me traes cartas de mi novia te mando al frente!”… ¡se reía contándolo! Y nos hacía reír a nosotros, aunque supongo que en esos momentos no se reía nada.

Años después de aquello se vino a Venezuela, y trajo a mi padre, un bebé, un niño, apenas 13 años, y se instaló en un país que para el era desconocido.

Mi padre, con esos 13 años, decidió que quería trabajar, y empezó en un mercado vendiendo gofio, no duró nada, me dice, porque aparte, siendo un niño inocente, lo robaban a cada rato. Así fue de trabajo en trabajo, siempre mejorando y superándose, hasta que conoció a mi madre y se casaron.

No fue fácil, estando yo ya nacida perdió el empleo ¡uf! Las pasaron canutas, con una bebé y comiéndose un cable. Cuentan mis padres que consiguieron que les dieran trabajo en un sembradío de yuca, a él y a un amigo, y allá fueron ellos con sus respectivas mujeres e hijos, pero bueno, es que de sembrar cada uno sabía menos que el otro, probaban la yuca y se decían el uno al otro: “¿está será yuca amarga?” y el otro que contestaba: “yo creo que sí” ¡y zuaz! La botaban, total, que toda la siembra les parecía amarga. Y tienen que ver a mi papá contando eso, se muere de la risa, como se ríe mi mamá contando como hacía mercado con 10 Bs, todo el dinero que tenían, y se le viene a quedar olvidado en la camionetica donde iba ¡y a correr, carajo! detrás de la camionetica para recuperar su mercado.

Pero no se dieron por vencidos, pasaron trabajo, necesidad y hasta hambre, pero nunca se dieron por vencidos, no cejaron, siguieron empeñados en ganarle la batalla a la vida. Se caían, se levantaban, miraban hacia atrás y reían, aún lo hacen.

Mi abuela materna, pues nada, vivía en un pueblo, y era muy pobre, razón por la cual la hija del presidente del estado, que es como se llamaba antes al gobernador, la tenía bien jodida. Siendo que no había baños, pues las necesidades se hacían en el monte, y la citada hija del presidente tenía por diversión pincharle el culo a mi abuela con un cactus, hasta que un día mi abuela se arrechó y le pegó en la cabeza con una lata de leche, con tan mala pata que le rompió la cabeza. Nada que no se arreglara con una civilizada orden de caución y alguna pena por agresión, pero eran los tiempos de Gómez y la masa no estaba para bollos.

Total, que le tocó salir en bandolera. Con 15 años se fue caminando, no tenía dinero para otra cosa, por las secas tierras de Falcón, en el camino pasó sed y hambre, tanto que contaba que en el camino se tomaba sus propios orines. Luego tomó una piragua que le dejó en Santa Bárbara del Zulia, y de ahí otra vez pata hasta El Vigía, donde no había nada, un campamento obrero, una mata de tamarindo y 4 casas.

No le pidió nada a gobierno alguno, ni ella ni ninguno de los que allí llegaron buscando un futuro, se hicieron unas casas de barro y caña brava, y cada quien se puso a hacer lo que sabía y podía. Mi abuela se puso a cocinar, y montón un restaurante, o pensión, como le decían entonces.

Luego tuvo a sus hijos. De mi abuelo poco puedo decir, porque no fue lo que se llama un padre responsable, lo conocí estando muy pequeña y murió al poco tiempo. Como mi abuela era pobre, pero quería que sus hijos estudiaran, mi mamá fue interna a un colegio de monjas. No pagaba, al menos no con dinero, pero mi madre y otras niñas, lavaban la ropa del convento, almidonaban, planchaban y limpiaban los pisos. Nada de lavadoras, unas bateas inmensas donde se lavaba la ropa, y pulidora menos, los pisos se limpiaban a cuatro patas.

Luego, bueno, estudió, y preparada como estaba consiguió trabajó en un banco, creo que como secretaria, luego pasó a cajera, y así fue, hasta ascendiendo y mejorando, hasta que llegó a jefa de caja y conoció a mi padre.

Nunca, a mis padres, ni a mis abuelos, los escuché decir algo como que “fueron excluidos”, que la vida los trató mal, ni nada por el estilo. Al contrario, cuentan aquello con humor, como cosas pasadas que hoy les da risa, aunque produjeran llanto en aquel momento.

Les tocó una vida dura, áspera, cruda, para nada fértil, cada uno vivió su propio trance, guerra, persecución, muerte, trabajo duro, y si, claro, humillaciones, pero nada les detuvo nunca, le plantaron cara a la vida y a pesar de su aridez, decidieron arrancarle prosperidad y progreso, cada uno a su modo, con su circunstancia, le sacó agua a las piedras, obligaron a una tierra yerma a darles alimento, se opusieron a dictaduras, superaron la escasez, hicieron maravillas con el aire, esculturas con el agua, convirtieron lo imposible en posible ¡por ellos¡ pero sobre todo… ¡por nosotros!

A nosotros ya no se nos permitió cagar en el monte, ni bañarnos con totumas, sino en asépticos baños con agua caliente, nos cambiaron los catres y chinchorros por cómodas y confortables camas, y nos llevaron a las universidades, nos hicieron médicos, abogados, maestros, contadores, empresarios, comerciantes… pero siempre y por sobre todas las cosas, independientemente de que hayan ellos nacido aquí o no, nos hicieron venezolanos. ¡Ese es su legado! ¡esa es su herencia!

¿Y que es ser venezolano? Es reírse de las desgracias, es sacarle agua a las piedras, arrancarle la comida la tierra yerma, es andar con la cara en alto, es caerse y levantarse, es enfrentar dictaduras, con aplomo, con valentía. Ser venezolano es, en definitiva, hacer posible lo imposible, y preguntarse eternamente que es lo que tiene esta tierrita de las que tantas veces renegamos, pero que nos amarra cuando estamos cerca, y nos llama cuando estamos lejos.

¿Que carajo nos pasa pues? ¿a que viene esta vaina de estar postrados porque no vemos salida? ¿es que acaso lo que pasamos hoy es peor que lo que pasaron ellos? ¿no estuvieron ellos en el pasado mucho peor que nosotros en este presente? ¿será que es cierto que los teléfonos celulares joden la mollera? ¿será que la dieta chatarra pone la sangre aguada? ¿Será que bañarnos con agua caliente nos puso “flochos” como diría mi abuela?

¡No señor! Yo ya estoy pero remamada de escuchar “que estoy triste”, “que este ya nos jodió”, “que es que no veo salida” ¿QUE VAINA ES?

Hugo es un malviviente, y malvivientes han habido siempre, ese señor lo menos que es, es venezolano, ese le regala el país por partecitas a Cuba, a Irán, a Bielorrusia… ¡a la mierda danzante y cantante del mundo! ¿y nos vamos a dejar joder por ese rependejo?

Los 24 de diciembre viene a este país el niño Jesús, porque aquí no tenemos San Nicolás, ni Reyes Magos, en esta vaina no usamos intermediarios, este es el único país del mundo donde los regalos los trae el Niño Jesús ¡en persona!

El niño Jesús viene por estos lados porque sabe que a los venezolanos no se les muere el muchacho en la barriga, que aquí se hecha pa’ lante, que esto es tierra de hembras bravas y machos terciados, no de malvivientes.

Se acabó la mariquera, a levantar la cara, a apretar los dientes y sacar el pecho, que esta vaina es Venezuela y aquí otra cosa no se acepta. Y al que lo guste, ya sabe lo que tiene que hacer, que mucho ayuda el que no jode.