Opinión

¿Tú no aprendes, camarada?

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¡Camarada! ¿que más? Yo aquí chico, viendo las expropiaciones del Sur del Lago. Sabes, esas palabras “Sur del Lago” marcaron mi vida, porque yo me crié en Caracas, fui una niña citadina, y las palabras “Sur del Lago” para mi fueron sinónimo de vacaciones, felicidad, amigos, y calidad. Había una marca de leche que llevaba ese nombre, y ¡coño! ni te imaginas que buena era, nada que ver con esas marcas aguadas que llegaban a Caracas.

El “Sur del Lago” eran vacaciones en un pueblo, ir sola con mis amigos a donde yo quisiera, era cruzar la calle sin compañía ninguna a comprar chucherías en la bodega, era escuchar de boca de mi mejor amiguita que “que mi mamá que si le manda un kilo de azúcar”, o lo que fuera, el mensaje siempre era “que mi mamá que…”, eran los vamos pa’ que Fulano. Y mi amiguita, queriendo caraqueñizarse diciendo: “chico, tú no sabéis que…” y los hermanos reventando en risas “¡Vertica, Zutana! ¡vos si sos grillúa!”

Esa zona es parte de mi historia, de mi vida, de mi herencia. No porque tenga ninguna propiedad allá, no la tengo, pero sí que tengo historia.

Un día una muchacha de apenas 15 años llegó por aquellos lares, buscaba un mundo mejor, no… no lo buscaba, fue con la intención de hacerse un futuro mejor, esa es la expresión correcta. Escuchó de un sitio donde lo único que había era un campamento obrero, se construía el ferrocarril, y junto a ese campamento obrero 4 casas, ojo, no es un decir para significar que eran pocas casas, es que literalmente eran 4 casas. Y en el medio, una mata de Tamarindo. Esa muchacha era mi abuela.

Mi abuela montó un rancho, no sé como era, eso nunca me lo contó, pero yo supongo que dado que no tenía ni donde caerse muerta, era un rancho. No te creas que llegar allí fue fácil, no es que agarró un autobús ni mucho menos, se fue a pata la mayor parte del tiempo, pasó hambre, pasó sed, pasó calor, durmió a la intemperie.

Pero bueno, el asunto es que llegó allí, y como ella llegaron muchos. Cuando llegaron aquello era un pantanal, no había nada, no crecía nada, no era nada, contaban aquellos seres con sus manos, sus ideas, y por sobre todo, con sus ganas de hacer algo mejor para ellos mismos y para sus hijos. Fíjate, chico, si nosotros fuéramos gringos, ahora estarías leyendo a la nieta de una pionera.

Esa gente llegó allí a hacer posible lo imposible, a cambiar la naturaleza, a doblegarla a sus deseos, sin apoyo de gobierno alguno, sin “misiones”, sin robarle nada a nadie. Y la mayoría de ellos, te soy sincera, no sabía siquiera leer, cuanto y menos escribir, pero eran gente inteligentísima, y sobre todo, honrados.

Así en aquel pantanal que quedaba al Sur del Lago, nació la prosperidad, no le pidieron al gobierno que les pusiera agua, no, cavaron en la tierra, y construyeron pozos, y les colocaron bombas de achique, nada de motorcitos, no sé si porque no lo había o porque era muy caro, pero la cosa era que igualito que en las películas del oeste tu ponías tu tobo abajo y dale brazo para sacar el agua.

Mi abuela tenía un restaurante, bueno, eso es un nombre un poco presuntuoso para lo que tuvo al principio, pero tú me entiendes. ¿Nevera? ¡sí Luís! ¡ponte a creer! A pararse todos los días a las 4 de la mañana a comprar la carne de ese día, y la leche, y lo que hiciera falta y así de lunes a lunes, porque aquella gente no conocía de domingos ni de días de 8 horas.

Ya cuando yo conocí aquello, no era así, pero llegué a ver cosas pintorescas, como un señor que podía ser muy amigo de mi abuela, con un pantalón de caqui, alpargatas, y una camisa vieja y manchada, al que mi abuela llena de orgullo me presentaba como “esta es mi nieta, hija de Fulana” y resulta que aquel señor de mala pinta, y de hablar tan burdo, era ni más ni menos que Don Perencejo, el dueño de tal o cual hacienda y que habiendo hecho mucho dinero, aún se paraba a las cuatro de la mañana junto con sus peones, a soltar la vacas, o a ordeñar, o a lo que fuera. Y no te creas que porque eran iletrados no sabían de tecnología, que poco a poco, junto con el dinero, llegaron las ordeñadoras mecánicas y los cada vez más especializados señores veterinarios.

A diferencia de mi abuela, que apenas sabía escribir y para eso lo aprendió ya vieja, uno de sus nietos también aportó su granito de arena, pero ya de otra forma, ya el hombre fue con computadoras y aparatos varios, para analizar como afectaba el tema de la alimentación y la hora en que levantaban a las vacas a la producción de leche. Y entre una cosa y otra, solo habían pasado dos generaciones. ¡Pero que generaciones, camarada! Dos generaciones apuntando a la excelencia, apostando a hacer todos los días y cada día, mejor que el anterior.

Y llegan los tuyos, apoyados por un poder ilegítimo, y dices que “van a devolver esas tierras robadas al pueblo” ¿robadas? ¿robadas animal de monte? ¿robadas? ¿que robaron? Si es que en esa mierda no había nada cuando ellos llegaron, ¡nada! Lo que había era plaga, zancudos que jode y monte ¡más nada!

Los ladrones son ustedes, se están robando el trabajo de años, el esfuerzo, el sueño, la tenacidad de quienes decidieron que de los pantanos se podía sacar comida, que de un campamento minero se podía hacer un pueblo, y así, de la nada, crear trabajo, riqueza y prosperidad.

¿Que carajos crees que te estás robando? ¿tú crees de verdad que te vas a llevar lo que no es tuyo así por la cara, porque eres sabrosito y tienes coronita? ¿porque tienes pistolas y un ejército de gorilas vestido de verde que te apoya?

¡Pues te tengo una noticia! ¡estás jo-di-do! ¿Tú te crees que esa vaina te la robas y de aquí a unos años vas a ser un Chucho Meleán, un Brillenburg, o un Morán? ¡boooolsa! ¡eres un bolsa! ¡un güevón! De aquí a unos años tú vas a ser un pobre pendejo dueño de un barrial, dueño de la nada, dueño de tierra improductiva y tú y los tuyos se van a tener que comer un cable, porque de aquí a unos años, no, que coño años, ¡meses! De aquí a unos meses en esa vaina no va a quedar ni una vaca sarnosa, de aquí a unos meses de esa vaina no vas a poder sacar ni un vaso de leche.

De aquí a unos años, ese pueblo será un caserío de mendigos y pordioseros, de aquí a unos años tendrás de nuevo cuatro casas viejas y derruidas junto a una mata de tamarindo.

Y cuando estés allí ya sin nada que robar, cuando estés hambriento y lleno de llagas, cuando tu cuerpo empiece a reflejar los efectos de tu pobre espíritu, cuando padezcas tu propia estupidez y tu propia ruindad, cuando los potreros sean techos derruidos que le sirvan de casa a tus hijos, cuando los pastizales sean tierra yerma, te vendrá la última humillación, tener que bajar el cogote y suplicar porque vengan los Meleán, los Brillenburg, los Morán, quizá con otros apellidos, seguramente con otras caras, definitivamente con otra sangre, nuevamente a convertir tu dejadez, tu incompetencia y tu estupidez en comida, en producción, en riqueza, porque tú eres un pobre ladrón inútil que no sabe hacer nada, porque tú madre parió un pobre ladrón resentido que solo sabe robar y quejarse, pero que no sabe hacer un carajo.

¿Cuantas veces te lo tengo que decir, so animal? El alma, el espíritu, esa llama que te empuja día a día a ser mejor que tú mismo, eso que hace que te levantes todos los días a hacer cosas solo por el placer de hacerlas, solo por demostrarte ti mismo que eres capaz de hacerlas, el conocimiento, el amor, la tenacidad… ¡eso no se roba! ¡noooooo te lo puedes robar!

En fin, róbate la vaina pues, ya vi que agarraste puro lomito, la orillita de la carretera ¡que te aproveche! Los que producimos, los que somos gente, los que no somos ladrones, seguimos y seguiremos produciendo para nosotros, nuestros hijos seguirán comiendo, comiendo bien, donde sea que estemos, lo haremos, y ellos crecen, y aprenden que tú, y los que son como tú, son solo un elemento más de la naturaleza que hay que derrotar, que solo eres barbarie.