Es fácil imaginar la expectación que la presencia de ZP en cualquier foro debe despertar entre sus asistentes, porque como humorista involuntario el tipo no tiene rival. Cualquier cumbre internacional se convierte automáticamente en el Club de la Comedia cuando ZP sube al estrado, con el añadido de que nuestro presidente, al contrario que los cómicos profesionales, jamás repite un show.
Su capacidad para provocar la risa con cualquier motivo hace que el repertorio presidencial sea prácticamente inagotable, aunque forzoso es reconocer que haciendo chistes sobre economía es donde ha cosechado sus principales éxitos. Es lógico que sea en las cumbres de las organizaciones económicas donde su presencia adquiere mayor relevancia.
Antes de acudir al G-20, es decir, antes de convertir el encuentro en el Je-20, ya avanzó las líneas fundamentales con las que pretendía trazar su intervención, a saber, el apoyo a los desempleados y la creación de un millón de puestos de trabajo, pero verdes.
Si Felipe González prometió crear ochocientos mil, y encima contaminantes, a ver por qué no va a poder ZP generar un millón de plazas de vigilante de aerogeneradores o de responsable del grupo electrógeno que alimenta a los paneles solares cuando anochece, que es curiosamente cuando más energía solar producimos en España. Total, sólo se trata de conceder las subvenciones necesarias que hagan factible, por la vía del expolio ajeno, un negocio al que sólo el fanatismo alocado de los progres terminales permite subsistir.
Con los graves problemas a que se enfrentan los líderes mundiales, escuchar al presidente del país que peores resultados está cosechando dar lecciones sobre la forma de salir de la crisis tiene una gran utilidad. Después de unas risas escuchando a ZP, el ambiente se relaja y las ideas fluyen con más facilidad. Falta les hace.
Pablo Molina es miembro del Instituto Juan de Mariana.
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