Opinión

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Creo que todos, o casi todos, hemos escuchado de Oskar Schindler, el empresario alemán que salvó la vida de más de mil judíos del holocausto nazi. Sin embargo hay un nombre que no hemos escuchado y no es tan famoso, Ángel Sanz-Briz, conocido por muchos como “El ángel de Budapest”, un diplomático español que salvó a más de 5 mil judíos de Hungría de un destino fatal.

Sanz-Briz fue nombrado encargado de negocio de España ante Hungría, y siendo testigo de los atropellos y crímenes que se cometían contra los judíos por parte de los nazis, informó a su gobierno de cuanto pasaba… malos tiempos donde los gobiernos no se atrevían a alzar la voz en contra del régimen nazi para evitar problemas y resguardar sus intereses. El régimen de Franco no fue distinto, prefirió, como otros gobiernos, voltear al cara.

Sanz-Briz decide entonces echar mano de una muy vieja ley que permitía a los judíos sefardíes, descendientes de aquellos expulsados en tiempos de los Reyes Católicos, acceder a la nacionalidad española. A los efectos y poniendo en riesgo su carrera y su vida, gestiona ante las autoridades el reconocimiento de unos pasaportes emitidos por su delegación.

Le fue otorgado el derecho a emitir 200 pasaportes, que a él le parecieron pocos, demasiado pocos para la cantidad de judíos en peligro de muerte. Le da entonces otra vuelta de tuerca a la ley, y convierte esos pasaportes en pasaportes familiares, con lo cual no cubría solo a 200 personas, sino 200 familias judías… y le seguía pareciendo poco.

Arriesgando aún más cae en el terreno de la ilegalidad, emite muchos más pasaportes, duplicados, y cuidando que el número de emisión no fuera superior a 200.

Alquiló, con su propio dinero, varias casas por toda la ciudad, a las que colgó un letrero que informaba que el sitio era anexo de la delegación española, otorgando así a los judíos que pudieran llegar hasta allí la inmunidad diplomática.  En realidad de los más de 5 mil judíos salvados por Sanz-Briz, apenas unos 200 eran sefardíes.

La labor de Sainz-Briz fue poco conocida y no reconocida, principalmente porque él no hablaba del tema. Cuando le interrogaron al respecto su respuesta era que “las cosas se hacen porque hay que hacerlas, no para ser reconocido”.

Antes de comenzar la II Guerra Mundial y habiendo comenzado los crímenes contra lo judíos, dos barcos navegaban con su cargamento de miedo y dolor, el Caribea y el Koenigstein,, 251 judíos, hombres mujeres y niños, expulsados de la Alemania nazi, eran sistemáticamente rechazados por los distintos países. Especial de recordar fue el rechazo del gobierno británico en las islas de Barbados, Trinidad y Tobago, y en Guyana.  Les prohibieron desembarcar, porque “no querían problemas con Hitler”… triste, muy triste que luego tuvieran que padecer en carne propia el dolor, la muerte y el hambre que le produjo Hitler a los mismos ingleses. Es lo que pasa cuando se negocia con terroristas ¿escuchas Juan Manuel Santos? ¿oíste Trinidad Jiménez?

En un país de América Latina, Venezuela, un hombre se enfrentó a los deseos de Hitler, incluso, a los consejos de su propio gabinete.  Los barcos, en altamar, recibieron la tan querida noticia, Venezuela les recibiría.  Era de noche, y el Puerto Cabello no tenía alumbrado, siendo así, varios ciudadanos venezolanos, sin ser convocados por autoridad alguna, llevaron sus carros al puerto, para con sus luces guiar al barco hacia la esperanza de tierra firme.

Otros ciudadanos, de igual forma sin ser convocados, y sabedores de las condiciones de aquella gente, al día siguiente fueron a recibir a los recién llegados, pero no se acercaron con las manos vacías, sino con comida, bebida y por supuesto, la bienvenida a tierra libre.  Así se asentaron, hasta el día de hoy, 251 judíos en estas incivilizadas tierras, así fueron recibidos por los “indiecitos incultos” (hoy sudacas) aquellos seres que en tierras civilizadas y cultas eran escupidos, vejados, robados y asesinados.

Oskar Schindler, Ángel Sanz-Briz y Eleazar López Contreras, tienen hoy, cada uno, un árbol con una placa con su nombre en Israel, han recibido el reconocimiento del pueblo judío con el título de “Justo entre las naciones”.

Hace años unos jóvenes chinos protestaron ante la brutalidad de su régimen, fueron masacrados.  El gobierno chino envió tanques para seguir reprimiendo y un joven de camisa blanca, con una bolsa de compras en un mano y una chaqueta en la otra, uno que simplemente iba pasando, se paró con su sola humanidad frente a los tanques en señal de protesta, nunca se supo la identidad de ese joven, no sabemos su nombre, ni que ha sido de él. Pero todos tenemos en algún rincón de la memoria, a ese joven, parado, con la figura tensa, enfrentado al poder más brutal, cruel y desmedido, enfrentado incluso a su propio miedo, allí, con su solo cuerpo, con su vida desnuda, en un silencioso grito de protesta por los estudiantes muertos pocas horas antes.

Otro joven, un estudiante norteamericano, tomó el carrete que contenía esa foto, y arriesgando su vida lo escondió entre su ropa burlando así el cerco policial chino, y gracias a eso, el joven que escondió el carrete y al otro que se enfrentó a los tanques, conoció el mundo de la brutalidad del régimen chino.

Y es así como se conjugan personas completamente disímiles en un solo punto, un próspero empresario alemán, un diplomático español, un político venezolano, dos estudiantes, uno chino y otro estadounidense, varios ciudadanos venezolanos, así, sin líder, sin nadie que les guiara ni les dijera que hacer, tomaron una decisión, de forma individual, sin importarles que hacían los demás, sino solo centrados en lo que debían hacer ellos. Se enfrentaron a poderes políticos, militares, económicos, muy superiores a ellos y a su simple humanidad.

Unos lo hicieron para salvar vidas inocentes de la muerte segura, otros para denunciar el homicidio brutal de seres humanos. Tengan o no su arbolito en tierra Israelí, fueron sin duda justos entre las naciones.

Pero más allá de eso, más allá de las titánicas luchas que emprendieron, y cuyos objetivos lograron, nos dejaron una lección que en su honor no deberíamos olvidar nunca, nos enseñaron cual es realmente la dimensión que puede llegar a tener el poder de 1.

No sé si a mi me lee poca o mucha gente, pero sé que esto lo leerá alguien, aunque sea una sola persona.  No sé quien eres tú que me lees, no sé si eres hombre o mujer, joven o viejo, poderoso o simple ciudadano, rico empresario o trabajador asalariado, pero te pido que la próxima vez que te sientas agobiado por la desesperanza y la injusticia, que sientas que te corroe la impotencia porque te dices a ti mismo “pero solo soy yo ¿que puedo hacer yo solo”, pienses en Oskar Schindler, en Ángel Sanz-Briz, en Eleazar López Contreras, en los ciudadanos que llevaron comida y esperanza a los 251 judíos que llegaron a nuestros puertos, en aquel estudiante chino, en el estudiante estadounidense, y piensa que ellos también fueron solo 1, ellos también estaban solos, y sin embargo ¡hicieron!  Ellos fueron “justos entre las naciones”.  Piensa si tú también quieres vivir como justo.

Ese ¡es el poder de 1!