Todos los países tienen su particularidad, sus costumbres, sus formas de ser. Venezuela no puede ser distinto, tenemos cosas que nos son propias, y que definen nuestra forma de ser y actuar en la vida.
Así el niño más pobre, el que nace entre penurias, como el que nace con cucharita de plata, aprende que a los mayores se les pide la bendición. De la misma forma que aprendemos que a un hijo, sea lo que sea que haya hecho y por muy molestos que estemos con él, algo que no se le niega jamás, porque equivale a pecado mortal, es negarle a ese hijo la bendición. Más de una vez, e incluso ya grandecita, le pedí a mi madre la bendición y me la daba con eso que en la familia describimos como “tono machete” ¡Dios te bendiga!, arrecha, sí, pero me la daba. Y es que negar la bendición es tanto como negar al hijo, esas son cosas que no se hacen.
Otra cosa que los venezolanos mamamos de la teta es la canción de “el techo”, refranes, consejos, y conversaciones ajenas nos poblaron la infancia ilustrándonos sobre la importancia de “el techo”. Así aprendimos que “no mijo, es que casado casa quiere”, “a usted su marido tiene que buscarle un techo”, “y si sigues así no le vas a dejar a tus hijos ni un techo”, porque como todos sabemos “lo más importante es el techo, ya lo demás es más fácil”.
Famoso se hizo aquel boxeador que en una entrevista posterior a su triunfo, al ser interrogado por sus planes inmediatos, respondió sin pensarlo mucho: “yo lo que quiero es una casa pa’ maíta”. Los venezolanos jóvenes sueñan con comprar una casa a los padres, y los ya casado, en tener su casa propia.
Es así como el venezolano promedio, ante la oportunidad de “meterse” en un techo propio, sacrifica todo, hasta la otra “C”, el carro. Porque igual que los gringos tienen su sueño americano, nosotros no nos quedamos atrás, la vida perfecta tiene tres C: casa, culo (pareja) y carro, y al ser el carro la última C a veces se sacrifica por la primera. Tan importante es la cosa que más de uno de mala cabeza, por haber perdido la casa, termina perdiendo también el culo.
Lo peor que puede pasar es, y eso también nos lo enseñan de niños, “vivir arrimado”. Y que el techo, es la base. Es decir, es esa la plataforma de vida.
Mi historia personal es la de tantos y tantos venezolanos criados en el país del sueño de las 3C. Mis padres se conocieron y se casaron, a lo mejor demasiado jóvenes y por lo tanto sin tener donde caerse muertos. Apenas contaban con el trabajo de mi padre, que malo no era, pero tampoco para tirar cohetes.
Tenía yo cinco años cuando mis padres al fin lograron cristalizar el sueño de “la casita propia”. En este caso era un apartamentico, no muy grande, no lujoso, en una zona que para la época era de clase media-media, que con los años terminé yo de entender que se llama así porque es media pendeja, y siempre está medio jodida.
La puerta, a saber porque extraño capricho bomberil, estaba pintada de plateado, según era un pintura ignífuga, y sin esperar muebles, que no había llegado, ni cortinas, ni absolutamente nada, el mismo día que se los entregaron nos fuimos a dormir allí. Mis viejos quizá piensan que yo no lo recuerdo, mi madre a lo mejor se sorprende al leer esto, pero lo cierto es que ese día está fresquito en mi memoria.
Fuimos los primeros en mudarnos a ese edificio, nada más cruzar la puerta a mi madre se le salieron un par de lagrimitas, y mi padre cayó de rodillas y besó el piso… ¡la primera casa! No fue fácil, no era sólo dinero, los sacrificios fueron muchos, desde ahorrar muchísimo hasta vivir unos pocos meses separados y “arrimados”. La masa no estaba para bollos y no se podía desperdiciar el dinero en alquileres.
Luego, bueno, también la historia de muchos, ese apartamento, con los años, se vendió y dio paso a otro mejor, en mejor zona, más caro, una casa de campo para pasar los fines de semana, luego otro en la playa, carros que fueron y vinieron… siempre con trabajo, constancia y ahorro. Sin embargo, a pesar de que esas otras casas fueron más costosas en dinero, ninguna llevó tanto sacrificio como aquella.
En estos días leía una entrevista que le hicieron a una damnificada, y palabras más palabras menos se quejaba de que los había metido allí, las casas eran muy bonitas y todo, pero… ¡pero! No les habían dado los “papeles”, es decir, simplemente estaban metidos allí, pero al no tener “papeles” la casa no era de ellos, simplemente “los metieron ahí”.
La revolución no termina de entender la profundidad de “el techo”, no es sólo ese sitio donde guarecerse, no es sólo no dormir en la calle, o hacinado con otra familia, arrimado pues, lo importante no es “el techo”, lo importante, lo que corona el sueño, lo que realmente le da sentido es que sea “MI techo”.
Tanta paja para llegar a la palabra mágica… esa que la revolución no entiende y que detesta con todas sus fuerzas cuando se trata de “el pueblo”, la palabra que más se saborea en este mundo ¡mío! ¡es mío! Es mi techo quiere decir que cuando esté allí nadie me puede venir a reclamar nada, nadie me dirá que no puedo bañarme a las 3 de la madrugada si me da la gana, dejar las camas sin tender o empelotarme cuando llegue de la calle, porque es ¡mío! Y por sobre todo nadie me podrá sacar de allí ¡jamás! porque es ¡mío!
No entiende la revolución como es que si cada vez le quitan a los “ricos” para darle a los “pobres” (al menos en teoría) el pueblo cada día recula más, cada día la revolución le da más repelús. No entienden que para los venezolanos, el derecho a la propiedad, es sagrado.
Y si ya la cosa era como para retrocular ante la expropiación… ¡no! Ante el robo de empresas de “los ricos”, ya meterse con el techo, es cosa más grave. Porque, vamos a ver, te puedes meter con el santo ¡pero no con la limosna! Eso de “te doy una casa pero no es tuya” ¿que vaina es esa? ¡entonces no les estás dando nada! Porque venezolano que se precie sabe perfectamente que si el techo no viene acompañado de los papeles, esa vaina no sirve para nada. Es que no es lo mismo “la casa” que “MI casa” y tan importante es el MI, que no importa si es más pequeña o menos bonita, la casa que tenga el MI por delante, siempre será mucho mejor que cualquier otra.
Esta revolución es tan, pero tan extrajera, tan ajena a lo que los venezolanos somos, tan vende patria, que hasta se salta nuestros principios y convicciones más básicas, y ahora le ha dado por meterle chola a la expropiación, ya no de empresas, ni de casa, sino de algo peor, nos están expropiando el “mi”.
¡Que vaina con esta gente! Es que no entienden que “mío” no es sólo una palabra, que no se trata de consumismo, capitalismo, comunismo ni del itsmo de Panamá, no se trata de dinero, al contrario, esa palabra encierra una dimensión humana y profunda, “mío” es lo que he logrado con mi esfuerzo, “mío” es el pago de mi trabajo, “mío” es la herencia de mis hijos, “mío” es el legado de mis padres, “mío” es mi parcela, ese sitio que refleja lo que soy, lo que he sido, lo que he hecho.
En fin, que siguen expropiando, el problema es que los venezolanos sabemos, porque también eso lo mamamos de la teta, que el que se lleva algo ajeno, es un ladrón, sabemos que la palabra “expropiación” no es otra cosa que robo vulgar y corriente, y el que lo hace es un ladrón, un ratero. Y robar es, ni más ni menos, tanto como negarle la bendición al hijo.
Sé que esto está largo, pero no puedo dejar de recordar que cuando Pinochet le dio el golpe a Allende, este se quedó esperando que el pueblo saliera a defenderlo… ¡sí Luis! Ponte a creer que después que le negaste la bendición al hijo este va a salir corriendo a exponer la que no retoña pa’ defenderte.