Opinión

Mi perro es todo un venezolano

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Yo tengo un perro, se llama Lucky. Le pusimos ese nombre porque realmente es un suertudo, de pequeño pensé que iba a morir, pero se las arreglo muy bien para sobrevivir, y no solo eso, sino que a pesar de su pequeño tamaño ( luego ya emparejó ) siempre mamaba de la mejor teta y comía la mejor comida, es un perro inteligente que de alguna manera siempre busca la forma de salir ileso hasta de sus propias travesuras.

Mi perro tiene un vicio, quiere escapar, hay que tomar toda suerte de medidas de seguridad para abrir la puerta, porque al menor descuido se escapa. La última vez fue a dar a un cuadra de la casa, donde lo encontró mi esposo sentadito, con cara de Adán el día de las madres esperando que lo fueran a buscar. Otras veces se escapa y no llega ni a salir del frente de la casa. Sale y pone cara de “¡me escapé! ¡lo logré! ¡ja!” y a esa cara le sigue otra de “¡ja! ¿qué? me escapé y no sé para qué coño, soy un bolsa”.

Yo he llamado a esto el Síndrome de Lucky, cuando alguien se empeña en hacer algo que desea con todas sus fuerzas y llegado una vez logrado el objetivo no sabe para que lo hizo ni porque lo deseaba tanto.

Los venezolanos, todos y en todas las áreas, sufrimos del Síndrome de Lucky, lo escribí hace poco, somos unos “mierda veo, mierda quiero”, queremos todo lo que tienen los demás, no sabemos por qué ni para qué, pero lo queremos.

Así igual que queremos un superequipo de fútbol, no sabemos muy bien por qué, porque la verdad es que aunque nos gusta, tampoco es que existe algo como “pasión por el deporte nacional” como en el caso de béisbol, sí, nos gusta, nos vacilamos los mundiales, medio le paramos bolas a uno que otro partido, y poco más, pero aún así, queremos el super equipo, queremos un equipo como Argentina o Brasil, que tenga muchas, pero muchas copas, que gane siempre. ¿Por qué? ¡porque otros los tienen, coño! Así de simple, si ellos lo tienen, nosotros también, que no vamos a ser menos, si hay o no razón para querer eso, es cosa que sobra.

¿Que el resto del mundo va para la izquierda? ¡pues vamos nosotros también! ¿?que van para la derecha! ¡a la derecha se ha dicho!

Y así ha sido siempre, desde que nacimos cono nación, como país. La Revolución Francesa tuvo su razón de ser, la norteamericana también, pero nosotros ¿teníamos alguna razón para salir de frasquiteros? ¡nop! En lo absoluto, los impuestos no eran desmedidos, los españoles nacidos ultramar contaban con los mismos derechos que los peninsulares y canarios, los indígenas tenían derechos al punto que hoy se consideraría a la Corona Española precursora de eso que mientan derechos humanos, aquí no se le pagaba a los “colonos” por cada cuero cabelludo que mocharan, por el contrario, era ley tratar a los indígenas con respeto e incluso, mezclarse racialmente con ellos. Había, sí, motivos para defender la corona española, como de hecho hicimos, que fue el génesis de nuestra independencia, no defenestrar la corona, sino al contrario, apoyarla en contra de la invasión francesa.

Y ya montados en el burro, pues si tuvieron su revolución los franceses, y los ingleses (y esos sí con justas razones), pues… ¿por qué nosotros no? ¡a ver! ¿por qué no? ¿es que somos menos o qué? ¿que no nos expoliaban con impuestos? ¿que éramos ciudadanos de plenos derechos? ¿que los indígenas estaban conformes? ¡gran vaina! Si los demás se alzan ¡nosotros también! ¡ala! ¡a hacer la revolución que pa’ esos somos… somos… somos! ¿que somos? ¡no importa! ¡tú pa´lante!

Y así nos hicimos independientes, sin saber que éramos, ni que queríamos, sin tener un rumbo fijo, sin saber como y por que nos independizábamos. Y ¡fuimos libres! ¡ja! Para luego preguntarnos, como mi perro “¡ja! ¿qué?”.

Pero ahí no está lo malo, lo malo, lo realmente patético, es que han pasado 200 años, y las respuestas a las preguntas que debieron dar lugar a nuestra independencia, siguen sin responderse, más aún, ni siquiera, después de 200 años, hemos sido capaces de plantearlas, aunque sea para contestarlas y tener un conocimiento de andar por casa.

200 años han pasado, y seguimos sin saber que somos y que es lo que realmente queremos, y a falta de saber nos fijamos en los demás y tratamos de parecernos a algo, a lo que sea, que supla esa carencia de todo lo que no somos y que no tenemos pajarera idea de que es.

Y para justificar el porque somos distintos, el porque nos somos como los demás, nos hemos inventado, sí, inventado, una cantidad de tópicos que no resisten el más mínimo análisis, tenemos una memoria que más que histórica, es histérica, llena de contradicciones que repetimos sin rubor ni recato.

Por ejemplo, resulta que aquí nos conquistaron una manada de putas y ladrones… y de esa manada de putas y ladrones salieron grandes hombres, provenientes de familias noblísimas, como Bolívar, Miranda y para de contar, que eran hombre que venía de familias ricas, cultas y muy finas. No cuadra. Para que la cosa cuadre, la mamá de Bolívar tenía que haber sido más puta que las gallinas, que se vino a estas tierras a montar un burdel porque en la península la cosa estaba apretada, y el padre, sería un tipo ahí del que nunca se supo su nombre porque era un presidiario, borracho y chulo que le dejó el pelero a la señora después de montarle la barriga.

Luego tenemos el asunto de que vinieron y nos mataron a nuestros antepasados ¡Pero bueno! Si aquí son pocos los que se llaman Paracaima Timotocuica, aquí los nombres de pila son (o eran) María, José, Antonio, Juana y para de contar, y los apellidos son López, Gutiérrez, González, García, Urdaneta y por ahí se va. En tal caso, si por ascendencia es, fuimos nosotros los que vinimos a joder, ergo, somos los conquistadores, no los conquistados. Los esclavos eran negros, y eran negros porque estaba prohibido por la corona esclavizar indios, así de simple. Los indios podían ser trabajadores, pero esclavos, nones. No se les asesinó por montones, como dice la leyenda negra que a tan gusto nos hemos comido, y si hubo montones de muertes fue por causas naturales, bueno, todo lo natural que puede ser traer enfermedades a una población que no la tenía, pero no solo murieron indios, también españoles, como arroz pica’o, porque María Teresa del Toro (otra puta de las tatas que vinieron, supongo) no fue la primera víctima de una enfermedad tropical, tampoco la última.

Para coronar el asunto tenemos un himno nacional con música de canción de cuna, que canta loas al bravo pueblo de España, y que nos dice que sigamos el ejemplo que dio Caracas apoyando la corona, es decir, es decir, que sigamos el ejemplo de los que apoyaron a los malnacidos que nos masacraron y acabaron a los pobres y probos indiecitos, indiecitos que sea dicho de paso, no querían la independencia porque estaban bien, pero bien cómodos como estaban, hasta que llegaron los ilumina’os de la vaina a torcerle el rabo a la puerca con una independencia que en realidad nadie quería, pero que la habíamos visto en el mundo “civiliza’o” y nos pareció pipa.

Y así nos construimos una cantidad de mentiras, para tener una memoria histérica, que en su conjunto no se mantiene, que no tiene pies ni cabeza, pero nos hacemos los locos para tener una historia oficial que nos explica porque no somos lo que somos y de donde venimos, pero solo conseguimos enredarnos más. Pues nada, que somos un arroz con mango, una vaina que parece el misterio de la Santísima Trinidad, que no la entiende ni el que se lo inventó, somos indígenas pero con apellidos y morfología de españoles, que venimos de familias nobles, decentes y adineradas fundadas por putas y ladrones. Somos un ornitorrinco histórico, un mamífero, que pone huevos, con patas de nutria, cola de castor y pico de patoy pa’ más ñapa ¡venenoso!

En realidad es lógico que seamos cristianos católicos, es que esa religión nos pega, tenemos un Dios, que no es uno, son tres, está El Cristo, Dios y el pajarraco, que son tres, pero es uno solo, el mismo pero uno es el Padre, el otro Hijo y el otro el Espíritu Santo, que se nota que son tres, pero es uno solo, eso lo resumimos en que “Dios es Uno y Trino” y el que no lo entienda es porque es tonto.

Y lo triste, lo dramático, lo espeluznante, es que después de 200 años, seguimos parados en el mismo punto, exactamente en el mismo punto, no sabemos quienes somos y muchísimo menos, que es lo que queremos para nosotros mismos. Normal, si no sabemos que somos, menos que queremos.

Hoy, 200 años después, seguimos hablando de independencia, de tiranía, de desprendernos del tirano, pero igual que hace 200 años, no tenemos la más pajarera idea de porque, cual es la razón de querer hacer tal cosa. ¡Ah! Es que queremos libertad e instituciones que funciones “como era antes”. Y volvemos a la memoria histérica que nos sustituye la histórica, porque “como era antes” era una completa mierda, una mierda que nos trajo lo que hay hoy, había corrupción, clientelismo, las instituciones estaban para uso y placer de los partidos políticos, porque antes, como ahora, cada vez que un partido se montaba en el poder se hacía caída y mesa limpia en las instituciones, fuera todos los empleados para poner a los compañeritos del partido. “Como era antes”, eran redadas en los barrios, “cédula y contra la pared” y mas de uno montado en la jaula por haber cometido el atroz delito de ser pobre. Antes eran escándalos de corrupción que se coronaban con un glorioso y manido “investigaremos hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga” y siempre caía uno o dos pendejos y los demás se iban de rositas. Igual ayer que hoy.

¿Que hoy es peor? ¡coño! ¡pero claro! Si yo tengo un carro que bota humo y no lo llevo al mecánico, sino que lo ruedo como si tal cosa, porque “es que siempre lo he hecho”, el humo va a ir cada día a más, no a menos, hasta que un día se tira tres peos y me deja botada, que es lo que está pasando, ni más, ni menos.

Y aquí va salir Hugo, porque va a salir, para que se monte otro, con otra cara, con otro nombre, con otro color, pero a hacer exactamente lo mismo que hace este y lucharemos para sacarlo, para montar otro, que será igual a este, y así vamos por la vida, así iremos pasando los siglos, hasta que algún día, que puede que llegue y puede que no, nos respondamos La Pregunta, así, en mayúsculas, ¿Que es lo que realmente queremos y para qué lo queremos?

Mientras eso no pase, mi perro, seguirá siendo un típico venezolano, que se empeña en salir de casa para decir “¡soy libre! ¡ja!… ja ¿que?”