La verdad es que busco de que escribir, pasan tantas cosas, el fútbol, las vuvuzelas, el Banco Federal, la bebe muerta que fue comida por un perro en la morgue… algunas noticias simpáticas, otras dramáticas, otras preocupantes, y sin embargo, algo me pasa, no puedo escribir. Leo a los chavistas, hablando de ladrones, de escuálidos, de esto, de lo otro, y sin embargo, una idea fija en la cabeza que no se me sale: Toneladas de comida podrida.
Y es que no se me ocurre de que me puede hablar un chavista, no se me ocurre un solo punto de diálogo, porque lo primero que me viene a la cabeza es una frase fea: “¿De que coño me vas a hablar tú después de ver lo de la comida podrida? ¡sarna! ¡basura! ¡asqueroso!”.
Los mismo y es porque de niña tenía eso que llaman “mal comer” y crecí con la cantaleta de que “hay muchos niños que mueren de hambre en el mundo”. Crecí con la firme convicción de que botar comida, es pecado, vamos, es como mentir o robar, un pecado que Dios castiga.
La comida si se hace de más (y esto es frecuente en mi casa) las sobras se reciclan, si son arepas, se guardan, al día siguiente se rellenan, se empanizan y se fríen, si son papas, quedan para tortilla o para puré, si es carne, se guarda, cuando hay suficiente, se hace un guiso, con pan duro, aceite de oliva, ajo y huevo, se hace una sopa castellana muy rica… todo, todo se usa, se inventa, se crea, y si se tiene flojera de inventar, se pone en una fuente bonita y se le regala a algún vecino o amigo, y si ni amigos hay, a alguno en la calle que tenga necesidad, pero lo cierto es que la comida, nunca, bajo ninguna circunstancia, se bota, es pecado y de los gordos.
Fueron años escuchándolo en mi infancia, daba los mismo que fueran tiempos de abundancia o de escasez (que los hubo) la cantilena se repetía y se repetía hasta la saciedad “¡niña! ¡con la comida no se juega!”
Y así la comida se convirtió no en una necesidad a ser satisfecha, sino casi en una religión en torno a la cual giran un montón de reglas sociales. A nadie se le niega comida, ni al peor enemigo, si una vista llega a casa a la hora de la comida, se le hace un puesto, aunque toque a menos por cabeza y si no es hora de comida, aunque sea un pan con un poco de mermelada o unas galletas.
Siempre hay un amigo, un vecino, un familiar, que está algo corto, para él siempre hay un plato extra, que se le lleva con la excusa de “para que lo pruebes a ver que tal me quedó”. Si te ofrecen comida JAMÁS dices que no, aunque no te guste, te lo comes y dices que está muy rico. Y, pues eso, que la comida es sagrada, junto con el agua, va más allá de cualquier consideración política o social.
Dar y recibir comida, es más que satisfacer una necesidad, es un acto de respeto y consideración.
Y vienen estas mierdas, que es que no merecen otro nombre, y dejan podrir toneladas de comida, no dos, ni tres, sino casi 100 mil toneladas, que si ponemos que somos 30 millones de venezolanos son, ni más ni menos que más de 3 kilos por cabeza.
Mientras hay hombres, niños y mujeres que viven en las calles, que registran la basura para encontrar con que saciar el hambre, ya no hablemos de nutrirse, estos hijos de la gran puta dejan podrir toneladas de comida ¡y no pasa nada!
¿Y todo por qué? ¡para robarse el dinero! Ese mismo dinero por el que hablan con asco de quienes se lo ganan honradamente, ellos no solo lo roban, sino que lo roban a costa de lo más sagrado que puede existir para un ser humano, de lo que sustenta la vida misma ¡la comida!
Como si esto no diera ya suficiente asco, para terminar con una arcada, estos malnacidos, estos partos de los montes, para salir del escándalo no se les ocurre nada mejor que agarrar a un pueblo en una necesidad extrema, como Haití, y mandarles una comida que ellos no les darían ni a los cochinos de sus fincas.
¡No sé puede ser más hijo de puta en esta vida! ¡es sencillamente imposible ser más ruin, bajo y arrastrado!
Y todavía quienes defienden esta atrocidad, por alguna razón que yo no alcanzo a comprender, creen que tienen derecho a hacer la más mínima crítica de nada.
Lo siento mucho, pero de veras, cada vez que los oigo, que los veo, que se aparecen con ese airecito altanero de perdonavidas y superiores morales, como si se preocuparan mucho por el resto del mundo, hablando con su inmundo hocico de “hermandad”, “solidaridad” o “amor a los hermanos”, pienso lo mismo: ¿que se creen estos pedazos de basura? si sin ser yo ninguna santa, no tienen derecho ni a mirarme a los ojos, ya no digamos a dirigirme la palabra.
El “socialismo” ha demostrado a lo largo de la historia ser malo y pernicioso, el venezolano en especial ha demostrado repetidamente sus basamentos criminales, pero jamás había demostrado tan abiertamente toda la vileza, ruindad y bajeza que han exhibido dejando podrir toneladas de comida mientras cientos de venezolanos mueren de desnutrición o simple y llanamente hambre.
¡Coño! Es que si no podía repartirlo, porque no tienen la infraestructura, porque compraron de más, por lo que sea, hubieran pedido ayuda, no sé, a La Iglesia, la Cruz Roja, y hasta la misma empresa privada, que de seguro no les iban a decir que no y si no querían nada de eso, pues mira, llamar a la gente, que iban a regalar la comida en los mismos puertos, que hemos visto de sobra como el venezolano necesitado se traslada a donde sea, y hace colas de horas y hasta días por poder comer.
Pero prefirieron dejarla podrir, por dinero, por avaricia y por tapar su propia incompetencia ¡hijos de puta! ¡esa vaina no se hace!
Sin embargo, nada es para siempre, arriba hay un Dios que pa’bajo mira, como diría mi abuelita, el que hoy está arriba mañana está abajo, y algún día serán ellos los que estiren la mano pidiendo un plato de comida. Espero estar yo allí para dárselos, y poder decirles “toma, aquí tienes la comida que tú le negaste a mi pueblo por avaricia, porque aún siendo una mierda, yo soy más gente que tú”.