Hace algún tiempo, cuando comenzó la crisis del azúcar, se emprendió una campaña contra los “especuladores”. Mi carnicero, que aclaro que no es chavista, al menos en el sentido de que no vota por Hugo, se alegró a más no poder, celebró aquello con furor, porque “es que son unos abusadores, no es posible que vendan azúcar a esos precios”. De poco o nada valieron mis argumentos de que era normal que al un producto ser escaso los precios subieran.
Pasado el tiempo, empezó la cacería contra los carniceros, con el mismo argumento, y allí ya él no lo celebró, y se esmeró en explicarme con detalle sus costos operativos, merma, etcétera, para explicarme porque él no era especulador. Pero supongo que por ahí debe haber algún pescadero brincando en una pata por el castigo a los carniceros, y cuando le llegue su turno, entonces pasarán a explicarnos el porque él no es un especulador.
Y este caso explica perfectamente el donde está la trampa de la “democracia”. ¿No es acaso democracia la decisión de la mayoría? Pues bien, ni los carniceros, ni los pescaderos, ni los azucareros, ni los arroceros, son mayoría, así que… ¡que se jodan!
Y he ahí el problema, que todos celebramos cuando somos mayoría, porque la cosa funciona para nuestro lado, pero el asunto es que en algún momento, TODOS, somos minoría, las decisiones de la mayoría se vuelven en nuestra contra, y ahí ya la cosa no nos gusta ni nos parece justa. Pero ya hemos celebrado asuntos que no han sido justos con otras personas, y como lo que sirve pa’ el pavo aliña la pava, ya estamos jodidos.
Es como entrar en un club donde se ofrece que los mayores beneficios serán para los miembros más nuevos, parece maravilloso, pero ya no lo será tanto cuando seamos miembros antiguos y perdamos nuestros privilegios. Encontraremos entonces, milagrosamente, un montón de razones de porque los miembros antiguos tienen derecho a esos privilegios. Pero ya será tarde, porque esas fueron las condiciones que aceptamos, es más, fueron las condiciones que pedimos, y ahora toca aceptarlas aunque nos perjudique.
Una política de aranceles bajos beneficia al consumidor que puede acceder a bienes más baratos, pero mientras los importadores la aplaudirán, los productores clamarán por una intervención estatal que proteja la industria. Es decir, que los productores son socialistas, pero se convierten en liberales furibundos cuando el mismo estado que ellos aplauden, toman medidas como el control de precios.
En pocas palabras, la libertad la defiendo, depende, si me beneficia sí, si me perjudica, no. Pero lamentablemente eso no funciona así, la libertad se defiende siempre.
Por ahí tengo a unos conocidos peleando por el precio del pescado, al que tildan de especulativo. Supongo, aunque no lo han dicho, que piensan que el gobierno debería tener algún tipo de intervención al respecto. Por supuesto, él no es pescador, no lo ha sido nunca y no creo que conozca a ninguno, por lo cual la verdad es que no tiene zorra idea de porque el pescado es caro, pero le parece que lo es de forma injusta. Sin embargo, esta misma persona, que se dedica a la comercialización de un bien, aún cuando tiene la oportunidad de bajar el precio de su producto no lo hace, para no “pvtear el mercado”.
Por supuesto, si le preguntamos al respecto nos dará muchas razones, válidas por demás, de porque no baja el precio, razones que son válidas para él, no para el pescador.
Otra hay por ahí quejándose de los abusos de un colegio, y pide la intervención estatal. El abuso puede ser cierto, o no serlo, pero el punto es ¿estará igualmente de acuerdo con la intervención estatal cuando esta le sea perjudicial?
Cada vez que pedimos al estado, al gobierno, intervenir en algo, le damos poder, el poder de intervenir, mal podemos quejarnos si este poder es usado en nuestra contra. Si alimentamos al monstruo, hemos de padecer luego sus consecuencias y se ve feo quejarnos de nuestra propia obra.
No es fácil defender la libertad, no se trata de palabras, sino de acciones individuales, que a veces son duras y con mayor frecuencia incómodas. No es cómodo caminar más para conseguir un precio que creamos justo, o privarnos a nosotros mismos de usar un producto o servicio, pero sin duda, siempre será mejor que pedir y alimentar el poder de un estado que con toda seguridad, en algún momento se volverá en contra nuestra.
Un hombre que cede aunque sea una parte de su libertad por comodidad o conveniencia, no merece otra cosa que la esclavitud, y es casi seguro que la consiga. Me parece que es cosa triste y denigrante ser un esclavo voluntario.
Recuerdo un capítulo de aquel programa tan viejo, La Dimensión Desconocida, donde una pareja recibe la visita de un extraño que les ofrece una caja con un botón, advirtiéndoles que si pisan el botón ellos recibirán una cantidad importante de dinero, y que a cambio, unas personas, QUE SEGURAMENTE ELLOS NO CONOCEN, morirán.
Después de mucho discutir, deciden pisar el botón, porque al final de cuentas, si no conocen a las personas que van a morir, tampoco les afectará mucho.
Efectivamente, al pisar el botón aparece el extraño con una maletín repleto de dinero y pide la caja para ser retirada. Ellos le preguntan que va a hacer con la caja, a los que el extraño les responde: “Esta caja le será llevada, en las mismas condiciones que fue traída aquí, a unas personas QUE SEGURAMENTE USTEDES NO CONOCEN”.
Cuando pides que se cercene la libertad de otro en tu beneficio te colocas una cadena en tu propia mano, solo es cosa de tiempo que alguien, que se sienta ofendido por tu libertad, pida que te encadenen la otra.