En la época de primera guerra mundial, la gran guerra, como la llamaban los caraqueños, en Venezuela se pasó necesidad, porque a pesar de no estar directamente involucrada, le afectó la crisis mundial.
Pero lo “pantallero” del venezolano no viene de dos días para acá, al venezolano siempre le ha gustado figurar, y por esa razón cuando en una casa se mataba una gallina o se despellejaba una carne, se tiraban al techo los desechos, con el objetivo de que esos desechos se los comieran los zamuros. Entonces una casa con zamuros en el techo, era un símbolo de estatus, prueba irrefutable de que “en esa casa se come carne”. En las casa pobres, se llegaban a “prestar el hueso”, que no era otra cosa que un hueso de res o cerdo, al que se le amarraba un cordel y se le metía a la sopa para “darle sustancia”, luego, la niña de la casa, bien podía ir donde la vecina a pedir el hueso, y se lo prestaban, con el infaltable consejo: “pero que no lo ponga más de 5 minutos”.
Sin embargo, no eran pocos los que estando económicamente mal, no querían hacerlo notar, así que compraban desechos y los echaban al techo, para hacer ver que “en esa casa se comía carne”.
Hoy viendo la entrevista de Patricia Junot al secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, he recordado este pasaje de nuestra historia, y me ha parecido que la OEA es una casa donde hay serías dificultades, y la reelección del secretario Insulza, como todos recordamos un pendejo de la “p” o la “o”, es la tripa de gallina que se ha lanzado al techo para que coman los zamuros y los vecinos piensen que en esa casa aún se come carne.
Lo cierto es que Hugo necesitaba ponerle la mano encima a la OEA, para legitimarse, pero lo único que se ha conseguido es deslegitimar a la mismísima OEA. Bien lo dice el refrán, cuando un ladrón anda con un cura, o el ladrón termina de cura o el cura de ladrón. En este casó el cura terminó ladrón.
Cierto es que desde hace años la OEA no es más que un geriátrico donde van al retiro dorado los políticos que ya no sirven para nada más, un retiro de lujo, ciertamente, pero que no es gratuito, pues se paga con sumisión y connivencia con la injusticia.
Como institución servía de muy poco, pero jamás como ahora se había notado que no solo no tiene la capacidad de defender a los pueblos, sino que por el contrario, está al servicio de todo género de transas y en el fondo no es más que una casa de lenocinio, donde putas y cabrones hacen sus transacciones.
Y demás está decir que en esos sitios, las palabras decencia y justicia no tienen el más mínimo espacio. Poco hay que decir cuando Honduras está fuera y a Cuba se le ruega que regrese. Nada más se puede decir, un lupanar en toda regla, hoy por hoy, hasta con bombillo rojo incluido.
Eso ni más ni menos, es hoy la OEA, una casa de putas, con un bombillo rojo venezolano que alumbra con su luz rojo petróleo, mientras que las heteras (pa’ las víctimas de la Robinson, putas) se pasean ante la mirada complacida y complaciente de la gran madama, Insulza, hoy retirada, pero todos sabemos que no es más que una puta vieja que se solaza en su nueva función, aunque añorando los años de activa profesionalidad. En fin, que en esa casa ya no se come carne desde hace años.
Pero lo realmente grave de todo esto, lo aterrador de que existan cosas como la OEA, es que siendo instituciones fundadas para proteger a los ciudadanos, terminan sirviendo para proteger a sus verdugos, y la cosa toma ribetes realmente barrocos es cuando llegamos al punto de analizar que encima ¡lo hacen con el dinero de la víctimas!
Porque es lo triste, que esos señores (es un decir) se den vida de ricos con el dinero de los venezolanos humillados al que le son negados sus más elementales derechos humanos y con el dinero de los colombianos masacrados por las FARC, entre muchos otros pueblos martirizados, mientras que los escuderos de los tiranos, van a dictar clases de moral y ética.
Creo que ya es tiempo de despertar y darnos cuenta de lo que pasa, no se trata de malas personas en buenas instituciones, se trata de instituciones perversas, que son perversas desde su nacimiento, se trata de que hemos delegado la vigilancia y mantenimiento de nuestra libertad en otros, e inevitablemente, estos otros terminan convertidos en nuestros tiranos, porque la libertad no es algo que se pueda delegar.
Al final, por pensar que otros pueden hacer el trabajo que a nosotros nos corresponde, terminamos siendo esclavos, putas secuestradas en un burdel gigantesco que se llama OEA, comiendo sopa de hueso mientras en una habitación se reúnen los chulos con la madama a negociar a que cerdo sudoroso y maloliente nos tenemos que montar encima esa noche.