Cuando yo tuve a mi hija más pequeña, lo hice en una clínica de rango medio, con los servicios normales, sábanas limpias, comida, aseo de la habitación, etcétera, y nos costó, la cama específicamente, 900 mil bolívares, en la misma fecha, al estado una cama de hospital le costaba la bicoca de 2 millones de bolívares, sin hablar de las carencias que tienen los hospitales públicos. Porque algo es cierto, yo por mis 900 mil bolívares, no tuve que llevar mis sábanas, ni mis familiares tuvieron que encargarse de la limpieza de la habitación y el baño, que de paso, era un baño solo para mi, ni tuvieron que llevarme un radiecito para que me entretuviera, que para eso estaba el televisor de la habitación. Sin embargo, los defensores del estado, argumentan, para justificar que el estado tenga y mantenga hospitales públicos, que los pobres y probos pobres, tienen derecho a salud, en lo cual no les falta razón, pero dentro de ese derecho ¿no está también el de ser tratado con dignidad y eficiencia? ¿no tengo acaso yo derecho a exigir un manejo eficiente de mi dinero? Es decir, a mi me dicen que tengo que pagar impuestos para mantener camas de hospital de 2 millones de bolívares, en condiciones muy precarias, cuando yo sé que la misma cama se puede tener por menos de la mitad, en mejores condiciones y aún así dejar ganancia. La verdad es que a pesar de la buena intención, están jodiendo al pobre y me están jodiendo a mi. Claro, que aquí es donde los defensores del estado dicen que el problema son los administradores del estado y no el estado propiamente dicho, lo cual también es falso. Una clínica privada, para sobrevivir, y eso implica tener ganancias, necesita competir, bien sea en precio, calidad o valor añadido, debe tener “algo” que haga que la gente decida pagarles a ellos y no a otro. Un hospital público, no importa lo bueno o malo que sea, no necesita competir, siempre recibirá dinero para ser mantenido, incluso cuando maltrate a los pacientes o sus instalaciones se caigan a pedazos. Peor aún, si las instalaciones se caen a pedazos, recibirá aún más dinero. En el tema educativo pasa lo mismo, las escuelas públicas no necesitan competir, enseñen bien, mal, o aunque sencillamente no enseñen, las escuelas recibirán dinero del estado para su mantenimiento. Un maestro que acuda al aula solo por gesto presencial y aunque pase todo el año sin enseñar a su alumnos ni a dibujar una “O” porque es redonda, ganará exactamente el mismo dinero que ganaría si realmente se esforzara por hacer su labor y hacerla bien. Una enfermera que trate mal a los pacientes en una hospital público, no será despedida ni reprendida, tampoco ganará más por atender mejor, mientras que en una clínica privada el maltrato a un paciente le puede costar el trabajo, después de todo, es la reputación del “negocio” lo que está en juego. Y es ahí donde está el problema, hablemos de lo que hablemos, el estado no necesita ser competitivo, porque con nadie tiene que competir, no así la empresa privada, que tiene que ofrecer alguna ventaja a sus clientes, bien sea en precio, calidad o valor añadido. Entiendo que hay clichés que mucha gente no se para a analizar, como por ejemplo sentirse solidarios cuando promueven la idea de los hospitales públicos, hospitales que evitarán mientras puedan, pero que les parece que “el perraje” sí que debe usarlos, con lo cual el cuento de la “solidaridad” se va al garete. Esta es una de las cosas por las cuales el estado NO debe manejar los hospitales, ni las clínicas, porque eso solo es bueno para el propio estado, pero no lo es para los contribuyentes, ni para los usuarios del servicio. Manejo del estado, aquí o donde sea, significa siempre lo mismo: malo y caro. Yo no abogo por la eliminación del estado, el estado debe existir, pero con funciones muy limitadas, a mi juicio, justicia e infraestructura, poco más. El estado debe garantizar el imperio de la ley, que a usted no lo maten, no lo roben, no lo estafen, y que si alguien lo hace, reciba su castigo y usted su indemnización, el estado debe velar porque la infraestructura común a los ciudadanos, se hace y mantenga en las condiciones que sea requerido, pero lo que no puede hacer un estado es convertirse en una corporación con muchos “negocios”, que no sean rentables. En la medida que un estado adquiere más responsabilidades, necesita más dinero, y ese dinero no puede salir de otro sitio que no sea de los mismo contribuyentes, y cada céntimo que se le quita a una ciudadano productivo, es un céntimo que se deja de usar para la producción de más céntimos, ergo, de riqueza. Hace tiempo escribí a un socialista una historia, la vuelvo a contar: Hace muchos, pero muchos años, miles de años, un señor cavernícola, llamado Juan Guijarro, salía todos los días a cazar y recolectar para su sustento y el de su familia, un día, cuando venía con una pata de venado a cuesta, pisó un guijarro, y casi se cae. Entonces tuvo una idea genial, pensó que si el se hacía una especie de guijarro gigante y lo ponía de cierta forma, podría transportar mucho más rápido su carga. Puso manos a la obra y construyó una carreta, con la que llevaba su carga. Un día, José Paleta, otro cavernícola, que era aún más flojo que Juan Guijarro, quería transportar igual su carga, pero le daba flojera hacerse la carreta, así que hablo con el primer cavernícola y le preguntó a Picapiedra si le podía llevar su carga, a lo que este le respondió que sí, que como no, pero que por hacer eso le cobraría una pata por cada cinco patas que le llevara. Con el tiempo, Guijarro le hizo el transporte de carga a varios cavernícolas y dejó de cazar y recolectar, pues lo que cobraba por transportar el fruto de la recolección y caza de otros le daba alimento suficiente para vivir. Llegó el momento en que eran tantos los pedidos de carga que tenía, que no podía con todos, así que uno de los clientes, que tenía la espalda lastimada y realmente no podía cargar peso, le ofreció que en lugar de una pata por cada cinco, le daría dos patas. A lo que por supuesto, Guijarro aceptó. Así pasó Guijarro algunos meses, con mucho clientes, hasta que Pedrito Correrápido vio que la cosa era negocio, y se construyó su propia carreta, y empezó a atender los clientes que Guijarro no podía. Una tercero se sumó, pero llegó el momento en que había más carreteros que patas que transportar, y uno se le ocurrió bajar el precio del transporte, lanzando una promoción: “Sólo por esta luna, le llevamos 10 patas y cobramos solo una”. Los grandes cazadores podía transportar su carga y aprovechar la promoción, pero los pequeños no, entonces se les ocurrió sumar sus patas y hacer solo una carga que les saldría más barata. Los usuarios que se ahorraban tiempo en el transporte de la carga, decidieron usar ese tiempo en otras labores, como hacer lanzas y tirachinas que cambiaban por frutos o pieles distintos a los que tenían, otros se dedicaron al tallado de piedras para rueda de carreta, otros la la tala de árboles para las carretas. Todo iba de puta madre, hasta que un viejo que no cazaba ni transportaba, y en realidad no hacía una carajo, decidió que aquello era un desmadre que no se podía permitir, porque los carreteros cobraban lo que les daba la gana, bajaban y subía los precios a placer, y muchos cazadores que no cazaban mucho, no tenían para pagar el transporte, lo cual no era justo, así que decidió regular los precios del transporte de patas. Y decidió fundar el Transporte de Patas Público Tabulado (TRANPAPUTA). Pero claro, para eso necesitaba gente que hiciera las carretas, otros que las manejaran, otros que montaran la carga en la carreta, y todos estos cavernícolas decían que si hacían ese trabajo no podría cazar ni recolectar, y que sus familia necesitaban comer, además, lo haría siempre por el mismo precio. A los cavernícolas aquello les pareció muy bien. Así que el viejo, Piedrita Burócrata, decidió que para mantener aquello había que cobrarle a todos los cavernícolas media pata para alimentar a los trabajadores de Tranpaputa. A Guijarro y a muchos otros, el costo de la media pata les dejó de hacer rentable el transporte, así que abandonaron el trabajo y volvieron a cazar, con lo cual, al haber menos pateros por iniciativa propia se necesitaban más trabajadores para Tranpaputa y el precio subió. Todos quería ser tranpaputeros, nadie quería cazar. Unos cazadores decidieron que prefería cargar ellos a lomo sus alimentos y no pagar nada, pero dicen que fueron detenidos por fiscales tranputeros por evasión de patas. Sin embargo, al tener tantos clientes el transporte de tranpaputa dejó de ser eficiente, además, a los tranputeros no les importaba si las carretas se caían a pedazos, porque si se dañaban solo tenía que pedirle otra a P. Burócrata, que a su vez la pedía a los constructores de carretas de tranpaputa, que tampoco le ponían cariño a hacerlas, porque buenas o malas igual se les pagaban, no se ganaba más por hacer carretas buenas, así que con el tiempo, tranpaputa pasó a ser una puta trampa para los usuarios. Algunos rebeldes egoístas y malvados decidieron hacerse sus propias carretas, pero aún así, tenía que pagar a tranpaputa por un servicio que no usaban, con lo cual la cosa les salía carísima y aún cuando tenían que cazar más, les quedaba menos. Por alguna razón que la historia no ha llegado a dilucidar, a lo largo del tiempo se conservó la idea de que TRANPAPUTA fue una buena idea, solo que ha tenido “mala suerte” con los administradores que la han dirigido.