El mundo virtual le da a uno oportunidades únicas, como por ejemplo poder ver como hablan de uno sin estar presente. Viene a ser algo así como estar muerto y enterarte de lo que dicen de ti los que quedan vivos, tiene su lado gracioso. En fin, una de las cosas que me atribuyen es inocencia por aspirar a la libertad total, lo que vendría a ser lo mismo que pensar que alguien es inocente por aspirar a la perfección. En realidad no creo que nadie espere ser realmente perfecto, como yo no espero ser totalmente libre, pero si que espero ir cada día un poco más allá de donde he llegado hoy, espero ser mañana un poco más libre que hoy, un poco más sabia que hoy, un poco menos imperfecta que hoy ¿que si creo que algún día podré llegar a ser totalmente libre y absolutamente perfecta? No, no lo creo, pero sí creo que debo comportarme como sí esa fuera la meta, o de lo contrario, debo entonces conformarme con lo menos malo. Creo que eso es lo que pasa cuando se habla de la política, da lo mismo si es Venezuela, España, los EEUU o cualquier otros país, la actitud es lo que cuenta, y la actitud es “pero no es tan malo como…” o “sí, hay defectos pero…” y aceptar eso es aceptar, nada más y nada menos que la mediocridad y la mediocridad es la puerta de la maldad y la perversión. Cuando decimos “menos malo que…” siempre nos podremos comparar con algo que esté peor que nosotros. Bajo esa óptica no deberíamos quejarnos de Venezuela, después de todo, estamos menos mal que Sierra Leona. En realidad hay montones de países que están mucho peor que Venezuela ¿es eso motivo para dejar de buscar lo mejor? Eso es lo que me dicen cuando me piden apoye a X o Z candidato de la oposición porque aún siendo malo, es menos malo que el macacus hispanicus variedad barienae o que hay que perdonarles los desaciertos, porque aún siendo malos, son mejores que los otros. Eso es mediocre. Venezuela vive ahora su hora menguada, y si alguna forma hay de salir de esto, tengan por seguro que esa forma no es la mediocridad, porque fue justamente la mediocridad lo que nos trajo hasta aquí, así que la forma de salir, no puede ser otra que la excelencia. No puedo hablar por los demás, por supuesto, pero sí que lo puedo hacer por mi. Yo no merezco otra cosa que lo mejor, y por eso trabajo, por eso hago cada día mi mejor esfuerzo, doy día a día lo mejor de mi, para construir no el país que sueño, sino el país que merezco, el país que merecen mis hijas, mi familia, mis amigos, y eso no es otra cosa que el país de la excelencia, no el país de la mediocridad, no un país donde hay que conformarse con el menos malo, o con un triste podría ser peor. Si algún origen tiene la pérdida de la democracia es precisamente la conformidad, porque la democracia si bien no es perfecta, es perfectible, pero justo en el momento en que le buscamos excusas para sus defectos, en vez de criticarlos, aceptarlos y corregirlos, le damos puerta franca a esa mediocridad, y es entonces cuando la democracia se pervierte y se convierten presa fácil de toda suerte de tiranos, vividores y malvivientes. Yo no puedo conformarme con un país donde los desfavorecidos reciban migajas, por decir algo, en la educación, donde exista una educación pública siempre deficiente para unos, y una privada y de mejor calidad para otros. Mis hijas merecen crecer en un país donde exista la competitividad, donde tengan que exigirse a ellas mismas ser cada día mejores, dar cada día lo mejor de sí mismas. Por esa razón, mis hijas tienen derecho a vivir en un país donde todos los niños tengan las mismas posibilidades que ellas de educarse. Yo merezco un país donde cada ciudadano esté en capacidad de generar riqueza y prosperidad, que el rasero se pase por arriba, no por abajo. Un país donde la creatividad y la iniciativa sea premiada y no castigada. ¿Soy ingenua? Puede que sí, pero no puedo dejar de sentir que yo solo merezco lo mejor, que no hay metas finales, que la meta final es simplemente ser cada día mejor, cada día más libre, cada día más cerca de la perfección. Hay una leyenda sobre la creación del hombre, dicen que Dios hizo primero a los ángeles, total y absolutamente perfectos, luego hizo al hombre y obligó a los ángeles a arrodillarse ante su obra. Los ángeles no entendían por que ellos, prefectos, tenía que postrarse ante una obra imperfecta, pero Dios les explicó que el hombre era más que perfecto, era perfectible, ellos habían sido creados en la perfección, y eso era mérito de El Creador, pero nosotros fuimos creados de otra forma, no nos hicieron perfectos, pero nos hicieron con la capacidad de mejorarnos a nosotros mismos cada día. No existe en este mundo un poder, ni una doctrina, ni un político, que me pueda convencer de conformarme con la mediocridad, no puedo, eso es renegar de mi naturaleza, eso es renegar del poder que me fue otorgado por el mismo Altísimo, el poder de buscar para mi, siempre, en todo momento, a cada instante, sólo lo mejor. Ingenuo era, hace 200 años, pensar que el hombre pudiera volar, y hoy lo hacemos con cotidianidad, ingenuo era pensar que podíamos vivir tranquilamente y sin que causara asombro, más allá de los 70 años, ingenuo era creer que cualquier hijo de vecina sabría leer y escribir, que podrían ir a las universidades, que pisaríamos la luna, pero lo hacemos, y lo hacemos porque en eso consiste el ser humano, en hacer cada día más, cada día mejor por una razón muy simple ¡porque podemos! Para hacer el país que merecemos, tenemos que ser como el tallador de diamantes, que no se conforma con hacer el trabajo menos malo, sino siempre el mejor, el que toma la piedra salida del simple carbón y la transforma en joya costosa, hermosa, deseada… y lo hace ¡porque puede! Así que eso, yo, quiero el mejor país, no el menos malo, no el regular, no el “otros están peores”, no, no puedo ni quiero, yo quiero lo mejor, y creo que lo vamos a hacer, quizá nos tome tiempo, pero sin duda lo haremos ¿por que? ¡POR QUE PODEMOS, CARAJO! Y esa es un razón mucho más que suficiente.