Opinión

Ya sabemos de Caruao ¿y el resto de Venezuela que?

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En Venezuela hay pueblos a montones de los que ni los que viajan por toda la geografía nacional se saben el nombre. Pueblos perdidos de la mano de Dios donde quien sabe por qué razón a alguien se le ocurrió ponerle electricidad.

Algunos de ellos, como pasó ayer con el pueblo de Caruao, un día saltan a la fama de forma triste, porque allí vivían unos octogenarios, padres de una conocida señora de la televisión, y su casa fue invadida de la peor forma posible, lo reseña la prensa con detalle, los invasores llegaron con violencia, destruyeron cuanto encontraron, a los legítimos dueños, y a cuantos osaron defender al par de ancianos, se les amenazó con la muerte, que si no se iban sin protestar, serían quemados.

De no haber vivido allí los padres de la señora de la televisión, en Caruao se habría cometido igual el crimen, se habría invadido igual, se habría amenazado la muerte de unos ciudadanos igual, y la única diferencia es que jamás lo hubiéramos sabido.

Lamentablemente pasa a diario en los pueblos de Venezuela, urbanizaciones, edificios, casas, haciendas, negocios, fábricas…

La propiedad privada en Venezuela ha dejado de ser un derecho para convertirse en una concesión que puede ser revocada en cualquier momento con la anuencia, cuando no la directa promoción del gobierno nacional.

Todos somos posibles víctimas de esta nueva ley, la ley de la barbarie. Como he tenido la oportunidad de saber de varias de estas invasiones “populares”, sé más o menos como es el cuento.

Estás en tú casa, es madrugada y duermes cuando te despiertan los ruidos de la tribu invasora, tú y tu familia se levantan y en ropa de dormir tienen que enfrentar a un grupo de personas que en actitud agresiva te notifican que lo que era tuyo, ahora es de ellos, y si no acedes a retirarte y ceder lo tuyo, entonces te amenazan con matarte a ti y a tu familia, puede ser a machetazos o simplemente quemando lo que hay… contigo dentro.

Esto sazonado con el olor a alcohol, con mujeres que cual soldados romanos cargan un escudo cubriendo su flanco derecho… solo que los escudos no son de metal, ni de madera, ni de plástico, son niños, sus propios hijos usados como un medio camino entre la protección y el amedrentamiento.

Siendo persona civilizada, alejada de la barbarie y el salvajismo, acudes entonces a “la autoridad competente”, así vas, día a día, primero la policía, la guardia nacional, la fiscalía, la defensoría del pueblo, los tribunales… para escuchar siempre la misma frase: “no podemos hacer nada, son órdenes de arriba”.

Entiendes entonces que has sido penalizado, se te ha dictado sentencia, y el delito que has cometido es haber sido productivo, haber trabajado y creado riqueza. Tu delito ha sido haberte prestado a “hacer patria” y ese delito se paga con dureza, perder todo cuanto has producido pero por sobre todo, se paga convirtiéndote en un paria en tu propia tierra.

El haber estudiado un pedazo muy pequeño y específico de la historia de la humanidad, me permite suponer como termina esto. Aún recuerdo mi asombro al leer los textos sobre la Guerra Civil Española, la documentación que me permitía conocer el júbilo del “pueblo” cuando los grande terratenientes eran expropiados o invadidos por las sufridas masas trabajadoras, grandes industriales eran despojados de sus vienen para beneplácito del “pueblo proletario”.

Pero la alegría fue desapareciendo a medida que se acaban los grandes industriales y terratenientes para darle paso a las nuevas víctimas, ya no eran las tierras del Conde de Romanones, sino el humilde prado de Juan Pérez, el campesino que tenía apenas una huerta y dos vacas para su propio sustento, ya no era la fábrica de ladrillos y tejas, sino el bar del pueblo, la bodega.

Pareciera que son incapaces de prever que aún cuando no tengan nada, aún cuando nada les pueda ser arrebatado, siempre sufrirán las consecuencias de esa destrucción que ellos mismos se prestan a realizar.

Aquella tierra que producía alimentos, alimentos que de una u otra forma llegaban a sus manos, dejarán de existir, aquella bodega donde encontraban alguna cosa para saciar el hambre, dejará de tener productos en sus anaqueles y poco a poco, el hambre se apoderará de todos.

Ahora, ayer supimos los de Caruao ¿cuando sabremos de los demás? ¿cuando conoceremos de los casos que suceden a diario, a diario, en nuestros pueblos? Porque llega el momento en que empezamos a preguntarnos no ya donde está la “autoridad” gubernamental, sino donde está la prensa, donde está la sociedad civil, donde estamos todos que parecemos más proclives a voltear la cara y evitar la vista para no hacernos la vida incómoda, antes que denunciar y gritar la injusticia a la que estamos siendo sometidos.

No hay un solo ciudadano en este país al que su propiedad privada no le haya sido afectada de alguna manera, firmamos nuestros pensamientos con seudónimos, porque nuestro derecho a expresarnos nos ha sido expropiado, no podemos salir a donde y cuando queramos, porque nuestro derecho a la vida nos ha sido sustituido por una concesión que puede ser revocada en cualquier momento, no ha sido arrebatada la posibilidad de usar la electricidad, que pagamos, a placer, porque el derecho de disfrutar de aquellos por lo que pagamos, nos ha sido conculcado.

¿Cuanto tiempo más podremos seguir pasándole a la realidad por encima? ¿cuanto tiempo más podremos ignorarla como si no existiera? A Venezuela no la está matando el comunismo, sino nuestra propia indiferencia, nuestro silencio, nuestra aprobación silente ante la barbarie.