18 añitos recién estrenados, al fin había llegado la tan ansiada mayoría de edad. Cumplí años un lunes, siendo que era lunes, me celebraron el cumpleaños el sábado. Mi madre se esmeró, tequeños, bolitas de carne y de queso, dos perniles, dulces de todo tipo, quesos. Unos mesoneros para atender el convite, una rocola con CD’s, era lo que estaba de moda, los mariachis cantando unas mañanitas (un poco absurdo a las 8 de la noche). Bailé con mi padre, con mis tios, con mis amigos. Mi vestido era negro y plata, con un gran escote en la espalda, el cabello lo llevé en un medio moño el cual me costó toda una tarde en la muy odiada peluquería, los zapatos, de gamuza negra, iban a juego con el vestido luciendo una pequeñísimas chispitas de plateado. Al terminar todo, tocaba recojer, se quedaron mis primas para ayudarnos, mi madre hizo interminables viajes a la nevera de nuestra casa, y guardó todo aquello que le parecía “guardable”, a la sazón unos mouses de parchita que estaban de muerte lenta, como diría Laura, “la sin par de Caurimare”, lo que quedó de torta y algunos pasapalos. Quedaba un pernil, intacto, sin un corte, a pesar de haber comido todos los invitados, los mesoneros, los mariachis y por supuesto, nosotros. Así que mi madre decidió que se lo llevaran los mesoneros a guisa de propina. El domingo nos levantamos tarde, muy tarde. Y fue un día de esos típicos que pasas comiendo lo que sobró del día anterior. Llegó el lunes, día de clases. Mi padre antes de ir a trabajar dejó instrucciones claras y precisas: “Veo la calle muy revuelta, es mejor que la niña no vaya a clases”. Mi madre así me lo transmitió, pero yo no pude más que reponer con gesto de horror: “¡pero mamá! Yo hoy no puedo dejar de ir, tengo una clase importantísima”. ¡Claro que era importante! Tan importante como que un amigo vecino se había comprado un carro y ofreció llevarme y traerme, a los 18 años, esa es oportunidad que no se deja pasar. O al menos así era en aquella época. La cola era insoportable, no habíamos llegado a la Plaza de Las Tres Gracias cuando nos enteramos, hay disturbios en la Central ¡ay, no! ¡pero que fastidio!, era un poco raro, porque los disturbios eran siempre los jueves, golpe de 2 de la tarde salían los encapuchados, a montar en la calle eso que ya conocíamos como “Cátedra Bolivariana”, y que consistía en quemar cauchos, lanzar molotov y romper la cristalera del concesionario Toyota que estaba o está frente a la universidad. Visto lo visto, y dado que a mi lo menos que me apetecía era ir a clases, le dije a mi amigo: “mejor nos devolvemos a la casa”. El tráfico no podía estar peor, las colas eran mucho peor que de costumbre, y el calor dentro del carro de segunda mano de amigo era insoportable. Al fin llegamos, para mi mayor asombro todos los negocios estaban cerrados ¡todos! Una viejita a la que conocía, estaba sentada en el muro de un edificio y le pregunte que pasaba, me respondío muy tranquila “es que hay saqueos”. ¡Saqueos! ¿saqueos? Esa vieja se había vuelto loca, lo que hace la senilidad, ¿saqueos en Venezuela?. Yo sabía lo que significaba esa palabra porque poco tiempo atrás mencionaron la palabra en los noticieros que veían mis padres, saqueos en Brasil, ¿pero saqueos en Venezuela? Definitivamente, la vieja estaba senil. Llegué a mi casa, no bien había puesto el morral en un sillón cuando mi madre me saltó encima gritando como loca: “¿DONDE ESTABAS TÚ METIDA? ¡Tú padre fue a buscarte y le dijeron que había ido y…!” se interrumpió porque llegó mi padre justo en ese momento, por la cara me salía otro rapapolvo, y de mayor magnitud, pero antes de decir nada, empezamos a escuchar un rumor, como el que se siente en el mar, como olas embravecidas. Corrimos a la ventana de la cocina, desde donde teníamos la vista de un barrio, una multitud bajaba por las calles como un río crecido. Simplemente impresionante. Luego vi como eran destrozados los negocios de gente que conocía, era el horror, no es como cuando lo vi en la TV, aquello era otro país, gente que no conocía, rostros anónimos, pero esto… esto era la gente que yo veía todos los días, lo que hacían mi cotidianidad, mis vecinos, mis amigos, mi panadero, mi farmaceuta, mi carnicero, mi ferretero, mi gente, mi ciudad, mi país ¡mi vida! Así vi como la carnicería del Señor Alfonso fue no solo saqueada, sino destrozada, el al enterarse bajó, enfrento a los saqueadores, les dijo que les abría las puertas, que se llevaran todo… no bastó, un hachuela se clavó inclementes en las puertas de acero, una barra de metal quebró los cristales de la neveras de exhibición, la barbarie se repitió en todos los negocios, farmacia, panadería, licorería, colchonería, librería, ferretería… En minutos, por no decir que segundos, se esfumaron años de trabajo, en la calle el salvajismo elevado a la enésima potencia. Empecé a llorar, mi madre trajo un frasco de Pasiflora, mi padre me consolaba, tratando de tranquilizarme: “no pasa nada, hija, aquí estás segura, aquí no se van a meter”. Y yo lloraba, sin poder decirle a mi padre el motivo de mi llanto, no era miedo por mi seguridad personal, era simple pánico por el futuro ¿donde comprar mañana el pan? ¿donde la carne? ¿donde las medicinas? mañana… mañana seguiremos vivos y necesitaremos… Y yo solo podía llorar, a pecho trancado sin poder expresar mi miedo. Vi cosas, muchas cosas, otras más me las contaron, vi a una vieja de feo sucia y desarreglada llevando una lámpara de esas que tienen cristales por montón, para descansar la apoyó en una cadena de las que se ponen para que los carros no se estacionen, se le cayó al piso y se rompió, ella la vio unos pocos segundos antes de encojer los hombros y regresar sobre sus pasos, supongo que a buscar otra lámpara. Un amigo que vivía en una casa vio por la ventana a una pareja con un niño, el hombre llebava a lomo media res, también se le cayó, la fue a levantar pero su mujer lo detuvo con unas palabras increíbles ¡ay! No, dejala, se cayó al piso y está sucia, vamos por otra". Una señora mayor que conocía, vivía cerca de una licorería, vió como el dueño se paró frente a su negocio para protegerlo. Los saqueadores enfilaron con un carro para romper la puerta, aplastando al pobre hombre que solo protegía el trabajo de su vida, a la pobre le impresionó tanto que perdí la cuenta de las veces que me lo contó y siempre terminaba igual el relato de los visto “¿a que le sabría a esa gente esas botellas de sangre?”. Los ferreteros no abrieron nunca más, el dolor no los dejó, y es que se enteraron que los saqueadores habían sido sus mismos clientes, esos a los que les fiaban materiales o lo que necesitaran, esos que creían amigos. El del abasto murió antes de ver su negocio abierto, me lo contó su esposa junto con la narración de como llegaron a Venezuela. El murió de un infarto, literalmente, aquello le rompió el corazón. Por eso hoy, cuando me hablan del hambre del pueblo desesperado, siento ira, siento indignación, siento furia ¿hambre? ¿por hambre rompes neveras? ¿por hambre robas lamparas? ¿por hambre saqueas ferreterías? ¿Vas a comerte un cuaderno? ¿vas a desayunar con un tornillo? ¡ESO NO FUE HAMBRE! Eso fue barbarie, eso fue resentimiento, eso fue odio puro. Vi motorizados, que en pareja llegaban a los sitios, gritaban ¡Saqueo! Y con palancas abrían las puertas, para irse sin llevarse nada, iban solo a sembrar la barbarie, y cumplido el objetivo, iban a otro lado con su siembra macabra. ¿Hambre? Se van a la mierda con su argumento imbécil, eso se lo cuentan a quien no lo haya vivido, a quien no lo haya visto. Hoy quieren hacer ver que se lanzó un ejercito a la calle a reprimir a un pueblo inocente e inerme, pero lo cierto es que el pueblo indefenso, el pueblo honesto, estaba en su casa, aterrorizado por lo que veía, viendo como sus trabajos, sus medio de vida eran barridos por la barbarie en nombre de una supuesta justicia social. ¿Donde mierda está la justicia social para el señor Joao, el del abasto? ¿Donde mierda está la justicia social para el señor Alfonso, el carnicero que quedó en la ruina? ¿Donde mierda está la justicia social para el dueño de la licorería que murió aplastado? ¿Donde mierda está la justicia social para un pueblo que se levanta todos los días a trabajar, a dejar el cuero pegado en las calles por conseguir un poco de prosperidad para su familia? Se van muy largo al carajo con sus historia lacrimosas y rosas de “hambre e injusticia”, se van a la mierda con su intento estúpido de poner aquello como un acto de reivindicación de la justicia, aquello fue el horror, fue la muerte, fue la miseria sembrada simplemente por rencor, por odio, por envidia. Yo sé lo que vi, vi la eclosión de una llaga llena de pus y gusanos, vi la cara putrefacta de lo que hoy en día nos gobierna. A mi no me pueden cambiar la historia, porque YO LA VIVÍ. Y así, con 18 años, perdí la virginidad política. De ahí en más, no he podido soportar a los imbéciles que se arropan con palabras como “justicia”, “social” y “pobreza” para perpetrar los más grandes crímenes. Así que se van a la mierda con sus cuentos tristes de el pueblo masacrado, el pueblo, el pueblo honesto, en su mayoría, estaba en su casa, totalmente aterrado. En la calle estaban los delincuentes, buscando “justicia” y digan que soy una plasta, no me importa, pero en muchos casos, encontraron su “justicia”, y eso me satisface.